El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

24 octubre 2011

Prescindible



Es la ausencia la que determina siempre la necesidad. El poeta lo comprendió temprano («Apenas te he dejado,/ vas en mí, cristalina/ o temblorosa,/ o inquieta») y desde que entendió que la profundidad de un amor sólo se mide con la ausencia, los versos más gloriosos han nacido siempre de la pena, del desamor. Pero esa máxima no es sólo aplicable a los sentimientos, la ausencia también es una unidad de medida válida para otros muchos aspectos de la vida: de forma general, cuando perdemos algo es cuando aprendemos a valorarlo. Y al revés, la ausencia también nos muestra el carácter prescindible de muchas de las cosas que nos rodean, aquello que nos ofrecen o con lo que convivimos a diario como referencias esenciales, vitales, y que, sin embargo, cuando desaparecen se esfuman con la velocidad implacable del tiempo que va pasando.

El mayor distanciamiento que se llega a tener de la política se produce cuando, después de un tiempo de efervescencia como el que se ha vivido en España desde la Transición, empezamos a comprender que todo esto es perfectamente prescindible. Todo esto, sí, tanta parafernalia, tanto protocolo, tanta polémica artificial, tanto debate baldío, tantos recursos desperdiciados, tanto bla, bla, blá diario que oscila entre la inutilidad y la memez. España es un país que, por la pasión con la que se acogió la democracia tras la muerte del dictador, se ha volcado en exceso con la política o, mejor, con la espuma de la política; la política que no se construye sobre las cosas que ocurren, sino sobre las cosas que dicen los políticos. Y en el cruce diario de declaraciones, van y vienen los problemas, se enredan o se eternizan sin solución. ¿Qué otra cosa ha sido la reforma de los estatutos de autonomía que una formidable estafa del tiempo y de los recursos que se necesitaban para otra cosa? ¿Qué otra cosa ha sido este episodio bufo de solemnizar la transferencia del Guadalquivir como una necesidad imprescindible de Andalucía, «irrenunciable», y ahora acordar de tapadillo su devolución?

Si algo de esto fuera cierto, Griñán ya habría dimitido. Por dignidad dimitió Rafael Escuredo, cuando Felipe González no le transfirió las competencias que necesitaba para poner en marcha la Reforma Agraria. Si el presidente Griñán ha defendido con tanto ardor político la transferencia completa del Guadalquivir, que, al menos por dignidad política, tenga la valentía de dar la cara como Escuredo y largarse a su casa. La coherencia en política no es sólo la defensa de unos principios, también se trata de coherencia personal. Y este naufragio del río, es el naufragio de las pocas naves que le van quedando a Griñán en el discurso. Desde el principio, me ha parecido que la competencia exclusiva del río Guadalquivir era una barbaridad constitucional, que, además, nada le sumaba a la autonomía andaluza. Quien ha defendido lo contrario, quien durante tantos años ha entretenido las prioridades de su responsabilidad con esa filfa, no puede zanjar ahora su batalla con el silencio de un viernes por la tarde, silencio de fin de semana.

Andalucía, la región y su burocracia administrativa, amanece hoy sin las transferencias del Guadalquivir. Verán que nada ocurre; observarán el carácter prescindible de toda esta farfolla autonómica.

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