El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

17 octubre 2011

Síndrome Cyrano



Es cuando, en la película, el joven cadete Christian comete el error fatal de pensar que la belleza, su belleza, embriaga más que las palabras, las dulces palabras de amor que, día tras día, ha ido escribiendo en su nombre Cyrano de Bergerac; las cartas de amor que han hecho desfallecer a la hermosa Roxana cada vez que se deslizaban, suaves, por debajo del portón de madera de su casa. Christian pensó que había llegado el momento de prescindir de Cyrano, de su elocuencia, y se citó con su dama, un atardecer, en un patio de pórticos de piedra dorada, una fuente sencilla en el centro y un ciprés al fondo por donde saldría la luna poco después. «Hablad, os escucho», le dijo ella. «Os amo», respondió. «Sí, sí, habladme de amor», insistió ella. «Te amo». «Vale, ése es el tema, adornadlo». Y Christian, igual: «Te quiero tanto…» «Os creo, pero qué más. Dónde están vuestras palabras de amor, que ya no escucho. Decidme, cómo me amas». «Te quiero... mucho», dijo y la bella Roxana se desesperó. «¿Te quiero? ¿Otra vez? Id a buscar la elocuencia precisa; entonces volvéis». Y se marchó; Roxana se marchó cuando ya ni siquiera se oía a Christian, hundido, repitiendo su torpe cantinela de amor, «te adoro, te amo… Te quiero mucho».

Se me vino Christian a la cabeza cuando este fin de semana contemplaba las imágenes de las manifestaciones de los indignados del 15-M, esa extraordinaria e imprevista movilización que se ha extendido por el mundo con eslóganes enternecedores. «Todos juntos por los derechos de todos», «Esta noche brilla el sol», «El sistema está muerto, el pueblo está vivo», «No somos anti-sistemas; el sistema es anti-yo», «Vamos despacio porque vamos lejos», «Where is my bailout?», que exclama en su pancarta de papel un niño londinense, con los dientes apretados. ¿Dónde está mi rescate? Y junto a todos esos lemas, sonrisas, máscaras, vaqueros y tirantas, los brazos en alto, canciones y emociones. La primavera es más intensa cuando estalla en otoño y ese sudor de vida, esa inquietud que hace hervir la sangre, empapa todas las protestas de los indignados en todo el mundo. Pero se termina la euforia, se diluye la multitud por las callejuelas, y sólo queda la pregunta de Roxana. Injusticia planetaria, quiebras de países, de empresas, de personas; el sistema que conocíamos está en crisis, sí, vale, ése es el tema, pero qué más. El síndrome Cyrano.

Que esta crisis no es cíclica sino estructural, que estamos en pleno torbellino de cambios profundos que hacen tambalear al sistema, todo eso ya lo sabemos todos. Lo dicen las pancartas de los indignados y lo explica el propio presidente del Banco Central Europeo, Jean Claude Trichet: «la crisis es sistémica y debe afrontarse de forma contundente. Cualquier retraso sólo contribuirá a agravar la situación».
Las protestas del 15 de marzo se han extendido por todo el mundo con la misma ingenuidad con la que nacieron, una protesta justificada y ciega; justificada porque son loables los fines que se persiguen y ciega porque no acierta a ofrecer, ni los manifestantes ni los intelectuales que los amparan, ninguna salida a esta situación crítica.

En una pancarta hecha de cartón, dos manifestantes portaban esta sentencia: «Hasta los huevos de que no haya alternativa». Pues sí, hasta los huevos, pero ése es el problema que, incluidos los del 15-M, no parece que haya más alternativa que reparar lo que ya habíamos construido. Para volver a sentirnos confortables en el menos malo de los sistemas que ha conocido la humanidad.

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