El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

05 octubre 2011

Bonjour, tristesse



Lo necesitamos. Días así, semanas así, que dispersan, que evaden, que nos llevan a otra órbita, que nos quitan los pies del suelo. Hacen falta, sí, estos días de irrealidad en los que de descubrimos que, en verdad, todos estamos un poco locos; que lo que realmente le ocurre a este mundo es que «no hay cabeza buena», como acierta a decir en cada episodio de absurdo Alfonso Rodríguez ‘el Cani’, con esa pose suya de andaluz eterno que deambula, arriba y abajo, por la calle Sierpes o por el Mentidero, y esa filosofía que tiene de herencia del Beni de Cádiz, racionalismo descriptivo, sabiduría burlona y callejera. «No hay cabeza buena», y hoy es uno de esos días en los que podemos mirar alrededor para comprobarlo, porque nada se parecerá a la realidad, todo aparecerá deformado, distorsionado, como si las calles, con sus escaparates, se hubieran convertido de pronto en el callejón de espejos cóncavos y convexos de cualquier barraca de feria. Que se casa la duquesa de Alba en su palacio de Sevilla, a los ochenta y seis años, y van corriendo los niños por la aceras después del colegio, empujando a marujas y paparazzis, colándose entre las pancartas de los jornaleros que otra vez quieren revivir su lucha eterna contra el cacique. Corren todos para buscar un sitio frente a la puerta del palacio. Para cuando salgan a saludar. «A seis mil euros se han alquilado los balcones», dicen los vecinos y señalan algunas casas de enfrente del palacio de Dueñas. ¿Seis mil euros por contemplar unos instantes a la duquesa, cuando salga a saludar, con su marido postrero? No hay cabeza buena, no, no, no la hay.

Las grandes bodas siempre definen épocas porque responden, de una u otra forma, al momento que atraviesa un país. Si, por ejemplo, quien se casa es un gran financiero, un hombre del mundo de los pelotazos financieros, unos Albertos o unas Koplowich, entenderemos que el país atraviesa unas épocas de bonanza económica, de despegue, en el que algunos están amasando grandes fortunas. Si la boda nos trae, en cambio, referencias políticas, como la boda imperial con la que Aznar se paseó con su hija por el Escorial, entenderemos que está próximo un declive porque a algún gobernante se le han comenzado a desajustar las entendederas y ha comenzado a levitar sobre los mármoles de su despacho. Si la boda es como la de hoy, no hay más remedio que convertirla, de inmediato, en metáfora de este momento, de esta crisis. La boda y, sobre todo, las fotos del topless espectacular de la duquesa hace treinta años. Tetas de Alba, añoranza de lo que fueron. ¿Acaso hay otro sentir en la España de hoy?

Yo, que siempre veneré a Jesús Aguirre, me lo imagino hoy en el altar de aquella capilla. Su espíritu visible, otra vez vestido con el hábito sacerdotal. Estará allí, sí, para repetir la anécdota que ya le contó a Vicent, aquel domingo que él celebraba misa en Madrid. Oficiaba Aguirre y en el momento crucial en el que el sacerdote levanta los brazos para dirigir una plegaria al cielo, bajó la cabeza y observó en primera fila a un antiguo adonis, huido y regresado de Francia. Y sin bajar los brazos, y sin cambiar el tono de la plegaria, miró a los ojos a su joven amigo y, en vez del dominus vobiscum, le dijo, «bonjour, tristesse». Luego, siguió la misa como si tal cosa. Hoy, en aquella capilla diminuta, estará Aguirre para reivindicar su memoria de Duque de Alba, para mirar a los novios con la misma cínica y sublime sonrisa de siempre y decirles lo mismo. De hecho, todos los días nos deberíamos levantar y saludar a través de los cristales con el mismo susurro de hoy: Bonjour, tristesse.

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