El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

20 septiembre 2011

Adelante, atrás



He preguntado cuándo se hizo el déficit un concepto de izquierda y no han sabido responderme. Le he trasladado la duda a teóricos y a dirigentes, y no aciertan a decir quién lo incluyó como una de las reivindicaciones de la izquierda. Cuándo se hizo bandera y demanda de la clase obrera, cuándo se llegó a la conclusión de que para luchar por la igualdad, la justicia y la solidaridad, un estado tenía que convertirse en deficitario. Lo he preguntado con insistencia porque ahora, cualquiera que se pare a escuchar los discursos, pensará que el déficit es la reivindicación pendiente de la izquierda, y en el PSOE han salido refunfuñando cuando el Gobierno decidió reformar la Constitución para incluir el déficit como obligación y en Izquierda Unida han convocado movilizaciones de protesta. Pero, ¿desde cuándo es el déficit un pilar de la izquierda? Nadie responde a la duda porque se ha asumido que el déficit es de izquierdas sin saber siquiera por qué.

La única tesis que se puede establecer como origen de esa distorsión ideológica habría que encontrarla en Keynes, que, como respuesta a la Gran Depresión de los años 30, estableció que el Estado puede y debe desarrollar un papel esencial en la salida de una crisis económica. ¿Cómo? Con un incremento del gasto público. Es decir, si pensamos, como hacía Keynes, que la clave está en reactivar la demanda, al ser ésta la que determina la producción y no al revés, es bueno que el Estado comience a invertir dinero público en diversos sectores para incrementar el poder adquisitivo de la sociedad y, así, echar otra vez a andar la maquinaria económica de un país. Y para eso, para que el Estado pueda invertir, Keynes defendía el endeudamiento, primero, y el aumento de impuestos, después, para poder financiar los gastos de la deuda pública. Como quiera que, al final, este planteamiento teórico beneficia, por la creación de empleo, a la clase trabajadora y penaliza con impuestos a los que tienen más ingresos, se puede comprender que el keynesianismo se haya convertido en un discurso de izquierda. Hasta ahí, de acuerdo. Pero, lo que no dijo Keynes en ningún momento es que, incluso en épocas de bonanza económica, los estados debían endeudarse por sistema y hacerse deficitarios por norma. Que es, precisamente, lo que ha ocurrido aquí, incluso en los años de expansión económica. El déficit público se ha desbordado y nos ha arrastrado a una situación como la actual en la que, antes de abrir cualquier ventanilla de cualquier administración, España debe pedir prestados seiscientos millones de euros diarios para financiarse. Cada día.

Keynes defendía el gasto del Estado, sí, pero jamás un déficit estructural que sólo conduce a la ruina. Por eso, el déficit no define a la izquierda. Y sin necesidad siquiera de destripar a Keynes, bastaría con aplicarle una lógica que todo el mundo entiende, que a nadie engaña. Es aquello de Mario Benedetti: «Si usted habla de progreso nada más que por hablar, mire que todos sabemos que adelante no es atrás».

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