El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

18 julio 2011

Una pena



«Es una pena, pero es así». En una sobremesa, le daba vueltas en un cenicero de cristal a las volutas grises de un habano, que es un ejercicio hipnótico similar a dejar la vista perdida en el horizonte de una playa o dormitar una noche de invierno con el crepitar de fondo de una chimenea, cuando uno de los comensales soltó aquella frase: «Es una pena, pero es así». Era un abogado andaluz, un asesor de grandes inversores. La discusión sobre la crisis económica derivó hacia los cambios políticos y, de ahí, se llegó al detalle de algunas situaciones que explican todo lo anterior, el por qué de las cosas. El abogado contó la experiencia vivida en Andalucía hace unos años, ocho o diez. Una empresa multinacional había decidido construir en Andalucía una planta de fabricación de componentes electrónicos para telefonía móvil. «Los inversores llegaron con sus mejores intenciones, dispuestos a invertir aquí, pero se estrellaron en todos intentos que hicieron para que alguien los recibiera, para que los atendiera adecuadamente. Muy pronto se dieron cuenta de que aquí las cosas funcionan de forma distinta; que para resolver un problema, el camino más corto es conocer a un contacto, bien relacionado con la administración. El amigo del amigo puede ser el camino más corto para llegar. Con lo cual, no se lo pensaron dos veces: construyeron la fábrica en París. Es una pena, pero es así».

Fue entonces cuando dejé la distracción del cenicero y giré la cara hacia el abogado. No por el escándalo en sí, sino por el añadido, «pero es así», que es más grave aún. En la aceptación de esa realidad, está la mayor desgracia. Lo vemos ahora cuando la Consejería de Empleo andaluza se despliega en varios frentes en los tribunales de Justicia e implica en sus escándalos, no sólo a políticos o a intermediarios, no sólo a familiares y a aprovechados, sino también a empresarios. Ya se advertía cuando se descubrió el primer fraude de las subvenciones a la creación de empleo: cuando un escándalo de corrupción afecta a tantas empresas, no a dos o a tres, sino a miles de empresas, el problema fundamental es que la corrupción no es coyuntural sino que se trata de un modus operandi. Los empresarios aceptan el chanchullo porque el chanchullo es la forma de actuar aquí para que quien quiera conseguir algo, una subvención o un permiso, lo logre sin dificultad. Todo el mundo lo acepta, como los turistas asumen las mordidas de las repúblicas bananeras. Y los que pueden evitarlo, como el empresario aquel, se larga a otra ciudad, a otro país.

¿Pena?, sí, claro, es una pena, pero la fatalidad llega cuando la corrupción se convierte en un mal endémico en la sociedad. No, las cosas no pueden ser así y hasta que esa gangrena no se erradique Andalucía no comenzará a caminar. Lo más complejo ahora es calcular cuánto tiempo puede costar erradicar esa estructura social y política y si habrá un partido político capaz de enfrentarse a ella, abrir la herida y depurar la pus.

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