El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

14 julio 2011

El sobresito




«Qué me gusta un sobresito lleno de billetitos». Habíamos establecido ya que en la geografía de la corrupción en España, en cada uno de los casos conocidos en la democracia, siempre surge una frase que termina definiendo en proceso, que lo simboliza. Es la jerga de la corrupción, el lenguaje soez, grosero, que se emplea en el trato diario de los corruptos, la trastienda que no vemos, el chanchullo que intuimos, la red tramposa en la que se enreda esta sociedad, la trama descarada de favores y componendas de un país que tiene asumido en su código social la justificación del oportunista, del aprovechado. Esos pícaros de novela, que se comían las uvas de tres en tres, son ahora estos corruptos que se mueven por las alcantarillas de todos los ayuntamientos, que se deslizan sigilosos por el laberinto de las subvenciones, y se cuelan en los despachos profesionales de gente hasta entonces intachable que no podrá rechazar su oferta. Y así van ampliando el círculo de la corrupción; ‘no seas tonto, que esto funciona así’; ‘no seas tonto, que si tú no coges este dinero, un compañero tuyo se beneficiará’, ‘no seas tonto...’

Cada vez que se descubre un sumario por corrupción señalamos con el dedo una frase que lo define. Con Juan Guerra las denuncian se condensaron en los pozos de una taza de café; «¿usted es el señor de los cafelitos?», le preguntaban en los juzgados y el asistente tensaba todos los músculos de la cara antes de soltar una bravuconada. En el caso Ollero, los comisionistas invocaban la metáfora de la tiesura, «a ver si de ésta nos quitamos las legañas». En la Gürtel, el sumario también se reduce a una expresión cursi, cínica y melosa, «amiguito del alma», la conversación navideña entre el Bigotes y el presidente valenciano. Mucho menos sutil, más directo, fue aquel empresario de Almería que, mientras le metía en el bolsillo un sobre cuajado de billetes, le espetó a un alcalde de pueblo: «Mi primo me lo ha dicho, me parece que a este alcalde le pasa como al otro, a éste le gusta el cazo». Y ahora, el ‘sobresito’ para falsificar un parte médico y amañar una jubilación.

Con cada frase se van archivando en la memoria colectiva los casos de corrupción, como si a los corruptos se les pudiera colocar una etiqueta con aquella expresión que le cazaron por teléfono, cuando se creían inmunes, se reían del mundo y se frotaban las manos al verse despanzurrados en una playa del Caribe. Sí, es verdad, las frases identifican los procesos, pero el verdadero valor de esas conversaciones es el valor sociológico, la muestra que se extrae de una sociedad capaz de generar esa cadena de aprovechados, el comisionista que se mueve por los despachos, el médico que se corrompe, la famosa insaciable y su madre aprovechada, sin vergüenzas sin sonrojo ni miramientos que los frenen. Pero, ¿cuántos habrá en esta sociedad que se hubieran resistido a un acta médica falsificada y una jubilación a los 45 años, con un sueldo público de por vida? ¿Cuánta mentira se comete en España? ¿Y cuánta se consiente?

El Beni de Cádiz lo explicó bien cuando le preguntaron por Juan Guerra: «Si yo tengo que ponerle un despachito a alguien, ¿a quién mejor que a mi propia sangre? Y si mi hermano Amós fuera cardenal de Sevilla, haría lo mismo; me diría: ‘Beni, hermano, ve a la Catedral y manga los cuadros que puedas, pero no te lleves el Murillo por tu madre, que va a dar el cante».

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