Cuatro trajes
No eran cuatro trajes. Nunca han sido cuatro trajes regalados por unos amigos, sino la implicación ética que tiene que el presidente de una comunidad autónoma acepte regalos de unos comisionistas que hacen negocios con el gobierno que preside. No eran cuatro trajes, sino la exigencia democrática de saber que quienes nos dirigen no se guían por el favor de los amigos, por el provecho de los familiares, por la ayuda a los conocidos. No eran cuatro trajes, sino la obligación moral de un partido político de asumir la responsabilidad de sus equivocaciones, pedir disculpas y entregar el cargo que se ha manchado. No eran cuatro trajes, sino la imprescindible necesidad de que los gobiernos, los partidos políticos, se presenten ante la sociedad con el ejemplo primero que les exige un Estado de Derecho, el cumplimiento de las leyes y el acatamiento de las sentencias judiciales. Y el regalo, la dádiva, el detalle con brillantes o con seda, está tipificado en el Código Penal como un delito de cohecho impropio e implica a todos los funcionarios públicos. No eran cuatro trajes, era la necesidad política que tenía el Partido Popular de alejarse de esa podredumbre, aceptar sus culpas y pasar la página de la peor de sus corrupciones para nunca más volver a repetirla.
Nadie dimite en España y esta dimisión de Camps a lo que nos retrotrae, inevitablemente, es a la dinámica viciada que se ha establecido en la España política, según la cual el beneplácito de las urnas exonera a los dirigentes políticos de cualquier responsabilidad por su implicación, directa o indirecta, en los casos de corrupción. Estas semanas atrás, tras la publicación del auto de apertura de juicio oral, hemos oído en boca de los dirigentes valencianos lo que tantas veces se ha oído en Andalucía: «los valencianos, que en las elecciones del pasado 22 de mayo dieron su apoyo mayoritario al proyecto del PP valenciano, tampoco comparten la decisión judicial». Por una vez, esa barbaridad prepotente se ha zanjado con una dimisión y ahora el ejemplo de esa salida debería extenderse como una imposición a los dirigentes andaluces que están enmarañados en la trama de los ERE con el mismo discurso envenenado. Nadie dimite en España y el escarmiento de esta dimisión nos recuerda ahora que nadie en Andalucía ha asumido la responsabilidad política por el despropósito enorme de los cientos de millones de euros manoseados en un fondo de reptiles. De la misma forma que no eran cuatro trajes, tampoco en Andalucía son cuatro falsas prejubilaciones, sino la obligación democrática de que los responsables políticos de esa trama emprendan, mañana mismo, el camino de la dimisión. No son cuatro aprovechados, de la misma forma que no son dos hermanos y dos hijos a los que se somete a un calvario familiar, sino la caradura de utilizar un pasaporte político para abrir las puertas particulares y seducir a las empresas. Ha dimitido Camps y ahora es Chaves el que tiene la percha de un traje regalado.
«Ofrezco mi sacrificio a España», ha dicho el degollado con la prepotencia con la que aceptó la inmundicia de los regalos. No se entera, no. Porque no eran cuatro trajes. Porque ahora, después de todo lo ocurrido, con la dimisión ya rubricada, sólo se espera lo que acaso, nunca llegará, la humildad y el perdón.
Etiquetas: Corrupción, Política
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