El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

08 julio 2011

Jacinta



Me han dicho que se ha muerto, y ni siquiera fue ayer. Se ha muerto y ahora, cuando paso por delante de su puerta, siempre aparece su recuerdo de aquella noche de verano. Todas las vecinas sacaban sus sillas a la acera para atrapar alguna brisa de aire fresco, una tregua del calor sofocante del verano andaluz. En aquel senado callejero, abierto a las celestinas y a los problemas del barrio, a los secretos de alcoba y a las buenas nuevas, irrumpió inesperadamente el hijo de Jacinta. Frenó junto a la acera, abrió la puerta, y sacó a Jacinta del brazo. Si decir nada, volvió a montarse en el coche y desapareció de dos acelerones. Jacinta se quedó en la acera, desconcertada, con dos bolsas de ropa en las manos. «Si lo sé, no abro las piernas», exclamó aquella mujer, plantada por su propio hijo en medio de la acera. «Si lo sé, no abro las piernas», nunca he oído una frase más desgarradora de una madre hacia un hijo; nunca he presenciado un desplante más cruel de un hijo hacia una madre, jamás habría imaginado que la estadística que vemos en los periódicos, en los informes oficiales, se detendría una noche en la acera de enfrente: «Aumenta el número de ancianos que son abandonados por sus familiares en verano».

Un historiador inglés que analizó en su obra la decadencia del Imperio romano, Edward Gibbon, dejó escrito que «la caída de una civilización viene precedida del desprecio a sus mayores». En España, en Andalucía, esas noticias aparecen salpicadas en medias columnas de periódicos, en los titulares de la radio, y nunca van más allá de la sorpresa repentina. Incluso en los informes oficiales el porcentaje es poco significativo en relación con otros muchos problemas y carencias que tiene la sociedad. Abandono de ancianos y, con más frecuencia, denuncia de maltrato de personas mayores en su propia casa, por sus hijos, por sus nietos. No, no es significativa la estadística de los abandonos, pero este verano volveremos a tropezarnos con una mujer que se creyó perdida en un supermercado y que, después de horas de espera y anuncios por megafonía, entendió que la habían abandonado. O el anciano al que ingresaron en un hospital y nunca más acudieron a recogerlo.

Me han dicho que se ha muerto y fue ya hace un mes, con lo que este tiempo de inopia, de vacío, de no saber que la vecina de enfrente lleva un mes enterrada, o incinerada, me ha llenado de angustia porque imagino que, al final, Jacinta, se habrá abrazado a la muerte con la misma soledad con la que vivió casi toda su vida. Jacinta, Jacinta… Hay gente que lleva la condena o la estrella en el nombre. No era Ana, ni María, ni Amparo, ni Rocío, el suyo pertenecía a esa clase de nombres de mujer que tienen la raíz del varón y el género femenino. Como si ya al nacer le hubieran advertido que tendría que apañárselas sola, que tendría hacer de padre y de madre en su vida. Madre soltera en la posguerra, dos veces abandonada. «Si lo sé, no abro las piernas». Descansa, Jacinta, descansa.

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