El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

27 febrero 2011

Se ne frega



No hay desgaste posible para Berlusconi. Ni los escándalos sexuales ni sus desmesuras antidemocráticas tienen reflejo en las encuestas. Ya puede salir con unos calzones de lunares rojos, velo pudoroso entre los michelines y los muslos de oficinista, o subirse al atril de un mitin para vomitar sapos verdes contra la oposición, los fiscales o los inmigrantes. Nada, en las encuestas sigue venciendo a su principal rival, el Partido Democrático que no levanta cabeza desde que la última esperanza del centro izquierda italiano, Walter Veltroni, se estrelló en las urnas de 2008. Las encuestas siguen igual, con Berlusconi a la cabeza mientras que los italianos se dividen, cada vez con más radicalidad, entre los que lo odian y esa mayoría que lo sustenta porque piensa que no hay ningún rival mejor o porque los escándalos se repetirían igual con otra fuerza política en el poder. “Se ne frega”, que dicen los italianos que se conforman con Berlusconi como mal menor, como un desastre asumido. “Se ne frega”, que en la traducción viene a significar que al personal le da igual, que no le interesa. Me la pela, que se diría aquí en lenguaje coloquial.

De cómo se llega en política a este estado de irrelevancia social es un asunto del que, como se ha visto en otras ocasiones, no debe preocuparse sólo la clase política italiana, aunque el deterioro allí esté asentado en la historia, sino que, en menor o mayor medida, afecta a muchos países europeos; a Europa misma. La falta de respuestas a los problemas ciudadanos y la continua refriega del “y tú más”, tienen mucho que ver con ese cansancio de la política. En las encuestas que se conocen aquí sobre las próximas elecciones municipales, es llamativo que la mayoría de los ciudadanos manifiesten ante las preguntas que lo que impera en su estado de ánimo es el desinterés por las urnas. Hasta el 55 por ciento, según el último sondeo conocido, afirma que no tiene intención alguna de acudir a votar. Es interesante, sobre todo, esa respuesta en la que hasta un sesenta por ciento se inclina por la definición de “clientes” para expresar su relación con la política; es interesante porque nada más alejado del concepto mismo de la democracia en la que los ciudadanos deben sentirse partícipes, actores fundamentales de la composición de las instituciones que les gobiernan. Pero no, se sienten clientes, porque son otros los que manejan el negocio y ponen en venta la mercancía del poder.

Que todo esto ocurra, además, en un momento, como el que atravesamos, de grandes casos de corrupción y de una crisis económica monumental, supone, doblemente, que muchos ciudadanos no encuentran referencias que le satisfagan en la oferta electoral y que, en consecuencia, no confían en nadie para que solucione este engorro. Puede que al partido que gobierna sea a quien más le convenga una situación así, porque estará esperanzado en que, mientras no se afiance la oposición, siempre podrá remontar las encuestas con el rescate de última hora de los desencantados. Y puede ocurrir, incluso, que tampoco a la oposición le venga mal del todo ese pasotismo, porque es al partido del poder a quien le afecta la renuncia de los desencantados, de la abstención; que con mantener motivados a sus votantes será suficiente para ganar las elecciones por mayoría absoluta. Lo único que ocurre es que con ese frío cálculo electoral lo que se deteriora es la esencia, lo fundamental: la democracia. Se ne frega; mayorías para hoy, inestabilidad para mañana.

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