El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

23 abril 2010

Corruptos



Ningún caso de corrupción política en España se ha conocido porque al chorizo lo haya denunciado en los tribunales el partido político al que pertenecía. Lo cual que, sobre esta evidencia tonta, elemental, podemos construir la máxima absoluta de que el problema fundamental de la corrupción en España es que, en contra de lo que se diga, es una práctica consentida, tolerada, alimentada o utilizada por las estructuras de los partidos políticos.

No puede ser de otra forma, desde luego. Porque mira que es extraño que ningún concejal, ningún secretario, ningún presidente local haya sospechado nunca lo más mínimo de las decenas de alcaldes que han salido imputados por casos de corrupción urbanística. Ni en Estepona, ni en Alhaurín, ni en El Ejido. Ni en la Gürtel ni en Mercasevilla ni en Filesa ni en Baleares. Ni Juan Guerra ni Francisco Correa. Nunca, jamás, un dirigente político ha convocado una rueda de prensa para comunicar que la ejecutiva de su partido ha decidido trasladar a la fiscalía anticorrupción las actividades de su tesorero, de su alcalde o de su delegado de urbanismo por considerar que es un corrupto. Todos los partidos se sorprenden cuando, tras la denuncia de un anónimo, la investigación policial destapa una inmensa red de corrupción en una institución. Y es entonces, cuando los corruptos ya van camino de la cárcel, cuando los expulsan del partido y dicen aquello tan irritante de “tolerancia cero contra la corrupción”. O ésta otra frase: “vamos a apartar las manzanas podridas con toda firmeza”. ¿Ahora? ¿Y antes? ¿De verdad que nadie se dio cuenta de que ocurría algo extraño? ¿Nadie sospechó nunca nada? No me lo creo.

Usted piénselo trasladando mentalmente estos casos a su centro de trabajo o a su familia, a los compañeros con los que tomamos café cada mañana, una cerveza al salir del trabajo, o con los que quedamos a cenar alguna vez los fines de semana. ¿Cómo no nos vamos a dar cuenta de si esos tipos, a los que conocemos desde hace años, de repente comienzan a llevar relojes de tres mil euros, se compran un lujoso apartamento en la playa o aparecen con un deportivo? Es característica definitoria del nuevo rico la ostentación pública, tan propia de la especie como el fijador y la caza mayor. ¿Cómo no nos vamos a dar cuenta de que algo extraño está sucediendo? Pues en política no es así.

Parece que la corrupción en política es invisible, o que los partidos políticos son ciegos ante la corrupción de sus militantes y afines. En algunos casos, lo sigue siendo, incluso, cuando la instrucción judicial ya ha avanzado y los afectados se enfrentan a una imputación judicial grave, como el ex tesorero del Partido Popular en el caso Gürtel y el delegado provincial de la Junta de Andalucía en el ‘caso Mercasevilla’. Como son piezas del engranaje, como afectan a las estructuras, incluso con la imputación formal de varios delitos los correspondientes partidos políticos los dejan caer del cargo pero “para que demuestren su inocencia” y, sobre todo, “para no hacerle el juego” al partido rival. Observen las reacciones del PP y del PSOE sobre la salida de Antonio Rivas del Gobierno andaluz y de Luis Bárcenas del Senado y verán que son las mismas declaraciones de respuesta antes los mismos hechos. ¿Corrupción ciega? Ciegos estaríamos todos si no supiéramos lo que está pasando.

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