Potasas
Antes de que se lo tragaran las arenas movedizas de la corrupción, barro y cieno, antes de que se despeñara por un abismo de soberbia, Felipe González siempre tuvo claro que, ante determinadas controversias, el interés del Estado estaba antes que el interés de su partido político y mucho antes, también, del interés de su gobierno o del suyo propio como presidente del Gobierno. Ocurrió, por ejemplo, con la reconversión industrial que emprendió y que, por inercia ideológica, incomodaba a las bases socialistas. El choque es tan inevitable como inexplicable, porque muchas veces todo el mundo es consciente de que la reconversión que se propone es necesaria, que sin esas medidas de ajuste lo que ocurrirá a medio plazo es que se hundirá, no sólo la empresa o empresas que se trataban de salvar, sino que arrastrarán en su caída a otras, pero, sin embargo, como el esquema ideológico tiene establecido que la reconversión es un arma del capitalismo, de la derecha egoísta, la reacción inmediata tiene que ser la de oponerse a la reconversión.
Cuando gobierna la derecha, no hay debate; como un automatismo, se convocan manifestaciones, protestas, encierros y huelgas, pero ¿y cuándo gobierna la izquierda? ¿Cómo explicar que sea la izquierda la que proponga cierre de empresas, despidos de trabajadores y privatización de empresas públicas? La pregunta se queda en el aire como un desaire amoroso, sin detenerse a pensar que, a lo mejor, la empresa pública en cuestión hay que cerrarla porque es un completo desastre, una sangría permanente. Felipe González cuenta el caso de la empresa pública Potasas, de Navarra. Y la pregunta que le hizo José Luis Corcuera, que entonces era el líder de la UGT del metal, fue la anterior: «¿Cómo un gobierno socialista va a cerrar una empresa pública?» A lo que Felipe González le contestaba: «¿Y cómo vamos a mantener abierta una empresa de potasio si no hay potasio? Mantener abierta una empresa cuyo objeto social ha desaparecido...»
La situación descrita viene bien para, tomando como referencia esa empresa desconocida, comparar al PSOE consigo mismo. Es decir, Potasas nos sirve para asomarnos al abismo que hay entre Felipe González y Rodríguez Zapatero como presidentes socialistas. La distancia es tan pronunciada como lo son las relaciones de ambos con los respectivos secretarios generales de la UGT. Mientras que Felipe González y Nicolás Redondo se despreciaban mutuamente (desprecio político, sobre todo) y se puteaban cuanto podían, a Cándido Méndez se le considera el cuarto vicepresidente del Gobierno de Zapatero, con una influencia decisiva en la política económica del Gobierno socialista. Es decir, con Zapatero Potasas seguiría abierta. Incluso es muy probable que se hubiera creado un observatorio, con participación sindical, para determinar las causas de la extinción del potasio.
Esas contradicciones que se observan entre Felipe y Zapatero no tienen, sin embargo, correspondencia alguna en el caso de Andalucía. Aquí no habría duda: si existiera Potasas, estaría en manos de la Junta de Andalucía. Formaría parte de ese magma impenetrable de empresas públicas, fundaciones y chiringuitos que la administración autonómica, con su política de reconversión inversa, ha ido amasando en todos estos años. Potasas aquí hay muchas, y nadie sabe qué producen, cuánto cuestan o cuántos empleados tienen. Un ejército de asesores y enchufados vive gracias al gran hallazgo andaluz; para que exista una empresa de potasio no hace falta potasio.
Etiquetas: Crisis, Economía, Reconversion
1 Comments:
Así de triste es. Si "el buscón" levantara la cabeza, estaría en la junta, sin duda.
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