Pestilente
Cuando la oleada de reformas de los estatutos de autonomía, Rafael Sánchez Ferlosio se subió a la parra de las provocaciones con un artículo abrupto en el que arremetía contra la reforma del Estatuto andaluz. ‘Andazulía’, se llamaba aquel artículo de mofa. Muchos se escandalizaron tontamente por el arrebato ofensivo de Sánchez Ferlosio sin reparar en que la ofensa no era a los andaluces. Lo único que le pasa a Sánchez Ferlosio, y a los que son como él, es que sus críticas suelen estar siempre parceladas; tienen la ferocidad dosificada de forma que se la aplican siempre a los mismos asuntos, a los mismos territorios. Que recuerde, sólo tuvieron agallas para ridiculizar la reforma del estatuto andaluz, pero jamás hubieran dicho nada de las exigencias catalanas o de los privilegios fiscales vascos. En esos caso, no se atreven y, no porque la andaluza fuera una reforma más disparatada que otras, sino porque la consideran más vulnerable y no les va a causar demasiados problemas.
En fin. La cuestión es que, dejando al margen esa cobardía, la ‘Andazulía’ de Ferlosio no andaba desatinada cuando se reía de la pomposidad y del ridículo con el que se redactó el preámbulo del nuevo estatuto de Andalucía. No era para menos. Esta definición de Andalucía, por ejemplo, es antológica: “Andalucía ha compilado un rico acervo cultural por la confluencia de una multiplicidad de pueblos y de civilizaciones (…) La interculturalidad de prácticas, hábitos y modos de vida se ha expresado a lo largo del tiempo sobre una unidad de fondo que acrisola una pluralidad histórica, y se manifiesta en un patrimonio cultural tangible e intangible, dinámico y cambiante, popular y culto, único entre las culturas del mundo (…) y donde se ha configurado como hecho diferencial un sistema urbano medido en clave humana”.
Pasa el tiempo y cada vez que se relee el preámbulo de Estatuto andaluz, ya ley orgánica, acaba uno embobado, perplejo. Sánchez Ferlosio decía que todo eso era fruto del “pestilente narcisismo andaluz” y una vez más, por cobardía, volvió a arremeter contra quien nada tenía que ver en el engendro. El único causante de aquel bodrio era el pestilente narcisismo político, que es muy distinto. Esa barbaridad que se conoce como ‘lenguaje políticamente correcto’ y que le está haciendo un daño irreparable al idioma español.
Fíjense, por ejemplo, hasta dónde se puede llegar para pedirle a la Junta reformas urgentes en el sector público andaluz para que deje de generar pérdidas millonarias. Para decir eso, el PSOE ha presentado una proposición no de ley que dice así: “Instar al Gobierno andaluz a racionalizar las estructuras y funcionamiento del sector público administrativo, empresarial y fundacional al objeto de lograr ganancias en términos de accesibilidad, flexibilidad, desempeño orientado a objetivos, eficacia, eficiencia y economía (…) Así como reclamar al Gobierno central un desarrollo del acuerdo marco para la sostenibilidad de las finanzas públicas que garantice y mantenga el desarrollo del estado del bienestar”. ¿Se puede ser más cursi escribiendo, más ridículo? “Ganancias en términos de flexibilidad”, “sostenibilidad de las finanzas públicas”. Con permiso de Ferlosio, éste sí que es un problema: el pestilente narcicismo político.
Etiquetas: Andalucía, Autonomías, Estatuto, Política
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