El jinete azul
Dos jóvenes mueren atropelladas brutalmente justo al comenzar el Domingo de Resurrección. Atravesaban un paso de cebra, venían de despedir a las Cofradías de Semana Santa y, al cruzar la calle, un tipo sin carné de conducir, borracho, las atropella y deja sus cadáveres sobre el asfalto, arrojadas como guiñapos a treinta o cuarenta metros. Dos jóvenes mueren atropelladas cuando vestían de primavera sus sueños de juventud, adornadas con el aroma intenso de las noches de Sevilla, incienso y azahar, y el impacto horrible de esa brutalidad nos desarma, nos angustia sólo de pensar en los padres, sólo de ponernos en su lugar. Mueren dos jóvenes atropelladas y yo no sé qué pensar, ni qué decir. No sé.
Desaparece una niña de trece años el Martes Santo y, cuatro días después, el Sábado Santo aparece su cadáver en un pozo, cubierta de moratones y de sangre. Y ya es difícil imaginarla como en las fotos que se han distribuido estos días, sonriente, con la cabeza inclinada en un gesto de coquetería adolescente, el pelo negro suelto y una pequeña pinza rosa que juega con sus labios y con el hoyuelo de la barbilla, que sonríe también. Aparece su cadáver el Sábado Santo, mientras un Cristo envuelto en sudarios recorre las calles de toda España, y el sobresalto que produce esa muerte nos bloquea, tragamos saliva porque todo eso nos supera. Yo no sé qué pensar, ni qué decir. No sé.
La incertidumbre se acrecienta, además, porque de sobra conocemos lo que vendrá a partir de ahora, la secuencia exacta de acontecimientos que acabará sobreponiéndose a esas muertes, el relato preciso de declaraciones, el contenido exacto de la polémica. Sólo será cuestión de esperar los seis meses que separan el impacto de la niña muerta en Seseña de la puesta en libertad de la presunta asesina, de catorce años, porque ése es el límite que establece la Ley del Menor. Sólo será cuestión de esperar a que pasen los meses y se conozcan los argumentos de la defensa del tipo que ha atropellado a las dos jóvenes para reducir los siete años de cárcel que, como máximo, le caerán. Otra vez se recogerán firmas en las aceras para pedir penas más duras, cadenas perpetuas, leyes más contundentes contra esos crímenes. Otra vez se pedirán reformas y otra vez contestará que no es el momento, que no se pueden abordar las reformas penales en caliente. Y es verdad, pero pasan los años, pasan los crímenes, y nunca es el momento propicio para abordar una reforma. Al cabo de los días, se caen los crímenes de las páginas de la actualidad y ya nadie hace declaraciones. Hasta el próximo crimen, otra vez vuelta a empezar: crimen, peticiones de reforma, no-es-el-momento y olvido. Hoy no voy a entrar en el debate de si está bien o está mal la Ley del Menor, de si es buena o mala la cadena perpetua; hoy sólo pregunto por ese día, ¿cuándo va a llegar el momento propicio?
Con rastros de muerte inocente hemos dejado la Semana Santa. Y yo no sé qué pensar porque parece como si el destino se empeñara en hacerse más cruel buscando el contraste de la muerte en los días de la Resurrección. En la Biblia se habla de los cuatro jinetes del Apocalipsis, el jinete que monta un caballo blanco, que representa la victoria; el del caballo rojo, que es el de la guerra; un tercero, amarillo, que representa las enfermedades, y el último, un caballo negro, que es la pobreza. El quinto jinete del Apocalipsis, que siempre ha sido metáfora de males nuevos, quizá sea éste, el de esta violencia nueva, el de este sinsentido. El jinete azul. Azul, que es color que representa la sabiduría y la serenidad que, acaso, hemos perdido.
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