Exprés
Vivimos un tiempo exprés. Acaba de aprobar el Gobierno andaluz el derribo exprés para las viviendas ilegales y, más allá de la norma urbanística, lo que nos queda muy claro es que vivimos en un tiempo sin tiempo. La globalización traía consigo la aceleración de los días, la extrema fugacidad de un tiempo sin memoria ni reposo, y por eso todo lo que surge ahora, todo lo nuevo tiene que ser exprés. El colacao de los niños y el divorcio de sus padres son exprés; las noticias y las leyes del Gobierno son exprés. La memoria es exprés. Hay juicios exprés en los juzgados y también las bandas criminales practican el secuestro exprés. Tomates exprés de invernaderos y viajes exprés en el ferrocarril de la alta velocidad.
Pero, aunque este sea el signo de los tiempos, sabemos que todo en la vida no puede ser exprés. Un amigo me recuerda que conoció un bar, el Bar Azul, que tenía un cartelón bien visible a la entrada: «El bar azul es diferente: O te desesperas en la barra o te sirven de repente». Supongo que sería cosa de la publicidad negativa, como aquella legendaria de las yemas El Ecijano en la carretera, «No se droguen con Yemas El Ecijano, casi tós palman». La cuestión es que mi amigo piensa que el problema del Gobierno con el urbanismo andaluz es que le ocurre lo mismo, que va de un extremo a otro, sin posibilidad alguna de recalar en un punto medio de eficacia, eficiencia, rigor y serenidad. Han crecido por miles las urbanizaciones ilegales en Andalucía, alentadas por los ayuntamientos e ignoradas por la Junta de Andalucía, que era la administración competente en hacer cumplir la ley con la vigilancia, el control y la sanción, y, ahora se promete un derribo exprés que, a lo peor, ni siquiera respeta los derechos de los afectados. Que ya veremos si los derribos exprés no terminan agolpados en las grandes montañas de expedientes del contencioso administrativo, donde lo único inmediato, lo único exprés, es la demora. «Cada cosa a su tiempo tiene su tiempo». Aquel tiempo que gustaba a Pessoa ya no es este tiempo.
Nos invade un torbellino de inmediatez, de rapidez, de aceleración, pero eso no es todo. En los palacios y en los burdeles, en las cloacas y en las moquetas, todo es exprés. El vértigo de todos los días es este tiempo acelerado que nos lleva por la vida sin aliento, sin un instante para detenerse. Cada mañana, cuando nos asomamos al espejo, se abre ante nosotros un abismo, como una grieta repentina que surge ante los pies al comprobar que la fugacidad del tiempo se ha entretenido jugando con nosotros y nos ha hecho atravesar los últimos días, las últimas semanas, los últimos meses sin apenas darnos cuenta. La aceleración forma parte de nuestra era, se ha instalado en el amor y en el trabajo, en tu casa y en la mía; en las noticias y en las academias, en tu mirada y en la mía; en las calles y en los bares, en tu ciudad y en la mía. Hasta ahora, sólo la muerte era exprés; ahora también la vida se ha vuelto exprés.
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