El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

14 marzo 2010

¿Té o café?




La cuestión ya no consiste en debatir sobre si existe o no una crisis ideológica. No, ese debate, salvo los que se aferran a la división tradicional de izquierdas y derechas con el ímpetu de quien defiende su forma de vida y hasta su sustento, fuera de ese círculo, digo, hay muy pocas personas que, con la mano en el pecho, puedan enumerar siquiera cinco diferencias políticas sustanciales entre quien se define de izquierdas y quien se define de derechas. Mucho menos, en el ejercicio del Gobierno. Hablamos, eso sí, de gobiernos serios, porque no habrá nadie con dos dedos de frente que considere que la nueva izquierda, la nueva vía, está en la perspectiva de género, la sostenibilidad y la alianza de civilizaciones. Toda esa hojarasca se la llevará el viento en unos años, de la misma forma que ya nadie se acuerda de ‘las treinta y cinco horas’.

No, la cuestión no consiste ya en debatir si existe o no realmente una crisis de ideologías porque la duda ahora, la cuestión más interesante, es indagar cuál será la resultante. Si contemplamos la crisis, toda crisis, como un momento de cambio, la crisis de las ideologías conducirá necesariamente a un modelo distinto al actual. No tiene por qué ser un modelo radicalmente distinto, pero el nuevo sistema político sí tendrá diferencias con el actual. Y algo comienza ya a moverse; algunas cuestiones están comenzando a tambalearse. La confianza política, por ejemplo. La característica más significativa del momento político actual es la desconfianza generalizada hacia la clase política. La credibilidad del gobierno cae en picado, en España y en Andalucía, pero no surge un movimiento igual, pero en sentido contrario, desde la oposición, porque, según dicen todos los sondeos, el personal no tiene muy claro la alternativa sea convincente. O, por lo menos, no considera que haya una respuesta política clara a sus problemas.

¿De dónde viene esa apatía del personal? Siguiendo el razonamiento anterior, es muy probable que, una vez que entra en crisis la división clásica entre izquierda y derecha, se estrecha la semejanza de las ofertas políticas, tamizadas todas ellas por la corrección política, con lo que, al final, se instala en los ciudadanos la idea de que no hay diferencias. Si añadimos que, encima, la corrupción afecta a todos los partidos por igual, la sensación de simetría no puede estar más justificada.

En esas, lo más preocupante es que, como también se está viendo, lo que viene a continuación de la desmotivación y el descreimiento de la política es el radicalismo. Quizá sirva de ejemplo ese curioso movimiento que se está consolidando en Estados Unidos en las redes sociales que han surgido en los extremos, a la derecha de los republicanos y a la izquierda de los demócratas. Los primeros, los del Tea Party, han dado paso ahora a los del Coffee Party. «¿Coffee o Tea?», viene a ser la pregunta en vez de republicano o demócrata. Los primeros defienden sin caretas un discurso claramente reaccionario, «América para los americanos», mientras que los segundos quieren aglutinar a los estadounidenses que no se identifiquen con ese aldeanismo. Sólo coinciden en una cosa: «la frustración con los políticos tradicionales».

Verán que, al final, la proyección sobre el actual momento de crisis política acaba en el mismo lugar donde empezó; como si de un círculo vicioso se tratase, la crisis de las ideologías, la ruptura de la división tradicional entre izquierda y derechas, lo que acaba provocando es una nueva división pero de posiciones más radicales. Izquierda radical, derecha radical. Si ésta es la resultante, vaya desastre. Para colmo, como una ironía del destino, ¿saben cómo se llama uno de los líderes más conocidos del Tea Party? Tom Tancredo. El tipo no se sale de una sola frase: «Este país es nuestro».

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