El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

19 enero 2010

Apocalypse Now



En un bar de carretera de los Altos del Chavón, cerca de la ciudad de piedra, medieval, que un multimillonario norteamericano hizo construir para regalársela a su amante, un niño de seis años corría descalzo por las calles de tierra con un billete de dólar en la mano. Llevaba el billete cogido con dos dedos, con el brazo el alto, y parecía aquello una pequeña bandera verde que ondeaba mientra el niño corría y se le iban uniendo los más pequeños, alborozados. En medio de la selva dominicana, cerca del, río Chavón donde Coppola pudo volverse loco con Apocalypse Now, la imagen de ese niño negro, corriendo con el dólar en alto, será imposible de borrar porque su sonrisa de conquista, de triunfo, deja estupefacto a quien lo mira desde Europa. Genera al instante un vacío que sólo es equiparable a la distancia que nos separa.

Quizá aquel niño negro era hijo de los haitianos que malviven como seres inferiores en los campos de caña de azúcar de la República Dominicana. Son países vecinos, pero los haitianos que llegan a la República Dominicana constituyen un submundo de miseria dentro de la miseria, esclavitud dentro de la esclavitud. Pobres entre los pobres que, sólo ahora que están sepultados debajo de los cascotes de un terremoto, han conseguido parar con un minuto de silencio el rugido de los campos de fútbol, encabezar los periódicos de todo el mundo, convocar una cumbre mundial de líderes políticos, que los principales actores y cantantes organicen conciertos en su nombre y que las cadenas entreguen su parilla a maratones de televisión para recaudar dinero.

¿Es hipócrita esta reacción del mundo desarrollado? Muchos lo han criticado así, es verdad, pero quizá se trata justo de lo contrario: esa extraordinaria movilización ciudadana quizá sea el único elemento de esperanza que nos queda para saber que la humanidad no se ha perdido, que los sentimientos de ayuda no se han ahogado en el champán dulce del consumismo. Hipócrita no, pero inútil sí. Si nada cambia, las ayudas, cuando lleguen, pasarán ante sus narices como otra oportunidad perdida, consumida entre la corrupción y el olvido. El colapso de Haití es el nudo de nuestras contradicciones, el bloqueo de las ayudas es el exponente del despilfarro en el que se convierte una gran parte de los programas de solidaridad.

Apocalypse Now, Apocalipsis ahora, nuestro Apocalipsis. Si la tragedia de Haití, esas caras de sobrevivientes cubiertos de polvo blanco y ojos de zombi, si todo este desastre debe dejarnos alguna lección tendría que ser, precisamente, ésa que nos lleva a replantear en todo el mundo la organización de ayudas al tercer y cuarto mundo. Tal y como funcionan ahora, dispersas en mil organizaciones no gubernamentales, fraccionada en decenas de miles de instituciones que van depositando una gota de agua en el desierto; así no se llega a ninguna parte. Ahí está un consejero andaluz, estos días, de visita solidaria a El Salvador. ¿Cuánto se puede ahorrar suprimiendo esa parafernalia política? Si Haití debe dejarnos alguna lección tiene que ser ésa, la necesidad de que los programas de solidaridad se guíen por la eficiencia, no por la beneficencia.

Los países más pobres del mundo han sido a lo largo de la historia objeto de varias colonizaciones. Colonizaciones políticas, económicas, comerciales… Quizá ha llegado la hora de una nueva colonización, una colonización humanitaria. Quizá no sea descabellado pensar que de este absurdo cruel sólo se sale con la obligación de que cada país rico se haga responsable de la colonización humanitaria de un país hundido en la miseria.



Imagen: Foto AP

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