Alegato final
Tengo ganas de repetir lo que dije. Lo que he mantenido antes, durante y después del juicio. Hoy tengo ganas de trazar la línea que atraviesa siete años largos de un proceso judicial en el que la fortaleza mayor ha sido la conciencia tranquila de haber contado siempre la verdad. Nada teníamos que esconder y contra esa simpleza, contra ese vacío de intenciones ocultas, era imposible que ni el presidente de la Junta ni nadie pudiera edificar sus fantasías envenenadas. Que no es bastante la soberbia y el poder para desmontar la rocosa contundencia de la sinceridad.
Por encima de todas las insinuaciones, de todas las miradas, de todas las campañas, de todas las desconfianzas. Por encima del cinismo y del desprecio. Sobre todo eso nos alzábamos con la sola confianza de que, sencillamente, cumplimos con nuestro trabajo.
En la última jornada del juicio, que se celebró en el invierno de 2007, en el alegato final, le conté al juez que después de tantos años, harto de darle vueltas a la misma noria, me impuse el ejercicio intelectual de no dar nada por cierto, ni siquiera aquello de lo que estaba convencido. Ni siquiera aquello que había visto y oído. Decidí ponerlo todo en duda. ¿Y si, como afirma Chaves, es verdad que todo era falso? ¿ Y si, como repetían tantos colegas con sorna, fuimos unos pardillos y nos tragamos una gran mentira? En realidad, era la segunda vez que me hacía esas preguntas, la segunda vez que lo cuestionaba todo porque ya antes de publicar la información, ése es, precisamente, el recorrido que hace un periodista para, mediante el contraste de fuentes y la ratificación de pruebas, comprobar la veracidad de una noticia. Y, en el caso del espionaje, ahí estaban las pruebas documentales, el vídeo, las tarjetas de visita, los testimonios contradictorios de quienes nos acusaban… De todo ello estaba seguro, convencido, sí, pero, ¿y si me equivocaba? ¿Y si me hubieran engañado? ¿Y si Chaves decía la verdad?
Con ese ánimo me senté en el banquillo durante dos semanas. Y así se lo conté al juez. Opté por admitir que, en efecto, yo no estaba presente el día que el presidente de la caja San Fernando se percató de que alguien lo seguía, ni cuando su mujer le impidió la entrada en la casa a unos falsos decoradores, ni cuando el detective grabó el vídeo en el que confesaba que Chaves, Pizarro y los demás eran los que habían ordenado el espionaje. Yo no estuve presente en ninguno de esos instantes, es verdad, y si los apartaba de golpe, sólo quedaba en el aire una afirmación en la que yo sí estaba de protagonista: Lo único que yo podía ratificar es que no participé de ninguna confabulación, que no concertamos ninguna estratagema, que era de lo que nos acusaban. Y si lo sabía yo, que no había participado en ningún montaje, también lo sabía Chaves. Sin embargo, el presidente de la Junta seguía manteniendo, incluso en el juicio, que todo había sido un montaje, una mentira que publicamos a sabiendas de su falsedad. Lo dijo Chaves y, al fin, podía estar tranquilo porque de eso sí estaba seguro: quienes mentían en aquel juicio no eran nuestras fuentes; eran Chaves, Pizarro, Pino, Escámez...
Aquella conclusión, tan elemental, me tranquilizó. Las sucesivas declaraciones del juicio, las contradicciones, las pruebas robadas, los testimonios comprados, los documentos falsificados... ratificaron la estrategia envolvente de la acusación para enmarañar la verdad, pero yo ya tenía la certeza de lo elemental. Y parece que la Audiencia, ahora, ha reparado en lo mismo. El juego sucio ha servido para que el espionaje quede difuminado, para enmarañar con mentiras las evidencias, pero, como desmonta esta segunda sentencia en su primera conclusión, queda confirmado lo elemental, «el fracaso de la teoría de la confabulación». A partir de ahí, todo lo demás.
Hoy tengo ganas de repetir lo que dije. Y, otra vez, sin un ápice de rencor, dos sentencias después, sólo queda añadir, como el clásico: Decíamos ayer, que aquello que vimos y publicamos era cierto. Yo no he mentido. ¿Puede usted decir lo mismo, señor vicepresidente?
Etiquetas: Justicia
3 Comments:
¿Y de Haití qué pensamos?
Con cosas cómo éstas yo pierdo la fe.
Le espero en mi blog para darme alguna ayuda por qué no sólo se derrumban edificios...y siempre los pobres.
Será porque son hijos de Dios, por lo que no se deben quejar ya que siempre les queda la otra vida ¿no?
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