Aniversario
Hay heridas que uno no quiere que cicatricen. Quizá porque el dolor es el último tributo de amor que podemos dedicarle a quien tanto hemos querido cuando ya no podemos abrazarlo, ni sonreírle, ni besarlo. Mañana, treinta de enero, se cumplen doce años del asesinato del concejal Alberto Jiménez Becerril y de Ascen, su mujer. Esa herida no quiero que cicatrice. No quiero olvidarlos; ni a ellos ni a sus asesinos de ETA.
Fue Soledad Becerril, entonces alcaldesa de Sevilla, la que, varios años después de aquella trágica mañana, me descubrió la importancia de que haya acontecimientos en la vida de una persona que, aunque sean negativos, no debemos de olvidar jamás. Olvidar no siempre es aconsejable para poder superar una tragedia. Se va diluyendo la pena, la angustia que se agarra a la garganta, y el recuerdo se transforma en orgullo y en reivindicación de quien se han ido. De sus valores, de sus frustraciones, de sus deseos. Habían pasado los años, y Soledad Becerril, que aquellos días del funeral surgió inmensa ante la ciudad y todo el mundo pudio verse reflejado en sus lágrimas de alcaldesa, me confesó que ya nada podría ser nunca igual que antes del asesinato de Alberto Jiménez Becerril. “La falta de Alberto es diaria. Esa herida no se cierra... Ni yo quiero que cicatrice, quiero que todos lo tengan siempre presente. No quiero que la ciudad lo olvide, no quiero que la gente sea indiferente ante el terror, quiero que las nuevas generaciones sepan lo que pasó”.
Mañana se cumplen doce años de aquel asesinato y cada vez que miro hacia atrás me sorprenden las mismas imágenes, idénticas obsesiones. El sobresalto de la madrugada cuando suena el teléfono, el despertar triste de la ciudad, envuelta en una mañana gris de agua helada; el silencio en las aceras y en las instituciones, el llanto de todos los concejales, de todos los partidos, el laconismo de un guardia civil cuando se hablaba de los tres hijos de la pareja asesinada, niños de entre cuatro y nueve años que nunca más volverían a ver a sus padres: “Pues fíjese que nosotros tenemos un colegio de huérfanos…”
Tenía razón Soledad Becerril. Quiero recordarlos, como estos días atrás, cuando los del PP celebraban los sondeos que, por primera vez, le dan como ganador al PP en Andalucía y pensaba en Alberto, en cómo se acercó a nosotros en una noche de las elecciones del 96, eufórico, con el periódico en la mano y el dedo señalando, en una página, el vaticinio que nunca se había cumplido: la victoria de los populares en La Moncloa. Recreo aquella escena, en silencio, mientras repaso otra vez la crónica de aquel día: “El conserje nocturno del hotel Doña María oyó algo como un petardo. Pero no era un petardo. Era un disparo en la nuca de Alberto Jiménez-Becerril Barrio, teniente de alcalde de Sevilla, 37 años, tres hijos, concejal del Partido Popular, delegado municipal de Hacienda, auténtica mano derecha de la alcaldesa. El conserje del Doña María no oyó el segundo tiro, que debió de producirse muy pocos segundos después, y que impactó en la nuca de Ascensión García Ortiz, esposa de Alberto, que caminaba a su lado, con unas flores recién compradas, por la calle Don Remondo. Los dos disparos, a bocajarro, eran mortales de necesidad. ‘Incompatibles con la vida’, dijo un miembro del 061.”
Treinta de enero. Se cumplen doce años. Otro aniversario más para que recordar que no queremos que cicatrice esa herida.
Etiquetas: Sociedad, Terrorismo
2 Comments:
Un estupendo artículo que nunca quisiste escribir.
Precioso y muy merecido In memoriam...
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