El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

12 agosto 2009

Patrioterismo



El último patriota al que debimos prestarle atención es a un tal Lucas, dispuesto sólo a reivindicar de su país el olor de las acequias, el verde plateado de los álamos cuando los mueve el viento, las estrellas cuando salpican la noche o el recuerdo de un vermut con ginebra en un pub inglés. Por eso a Lucas, el álter ego de Julio Cortázar, le daba la risa cuando los argentinos de su reunión se daban golpes de pecho con el patriotismo elemental de campanario, de símbolos y de terruño, porque su patriotismo era otra cosa, «su argentinidad era por suerte otra cosa, aunque dentro de esa otra cosa sobrenadan a veces cachitos de laureles», que son orgullos de vecindad o sabores de infancia, patrioterismo gastronómico o botánico o agropecuario o ciclista o futbolero.

Más allá de ese patriotismo por lo que somos, por lo que tenemos, por lo que añoramos, el orgullo de la identidad puede degenerar en nacionalismos que van del egoísmo a la ceguera. Para quienes aún se aferran a la raza, a la pureza, siempre es recomendable la conferencia dictada por Ernesto Renan en 1882: «La historia humana difiere esencialmente de la zoología. La raza no lo es todo, como entre los roedores o los felinos, y no se tiene derecho a ir por el mundo palpando el cráneo de la gente para después cogerlas por el cuello y decirles: ‘tú eres de nuestra sangre; tú nos perteneces’. Más allá de los caracteres antropológicos está la razón, la justicia, lo verdadero, lo bello, que son iguales para todos».

Ya entonces, Renan estaba convencido de que su idea grande, abierta de nación, tendría que abrirse paso con el tiempo y con la resignación que sucede a la derrota momentánea, que suele ser siempre la derrota de la razón. Pero ya vemos que han pasado los años, tantos años, y el nacionalismo es una llama que no se extingue. Reverdece con la demagogia de lo elemental y la apelación continua al egoísmo de lo nuestro, que no nos lo quite nadie.

En este sentido, si algo hay que reivindicar de la memoria de Blas Infante, del que acaban de cumplirse 73 años de su fusilamiento, es precisamente su concepto de «nacionalismo humano», no excluyente, que otras veces hemos invocado aquí. Y el espíritu de lucha, de lucha contra la desigualdad, contra los privilegios, contra la postergación de unos territorios en favor de otros. El nacionalismo andaluz más interesante es ése, el que defiende la igualdad; el que pone de ejemplo su historia milenaria y su riqueza, para defender la universalidad. Ése es, además, el nacionalismo andaluz más comprometido, el que, como ocurrió en los primeros años de la transición, se moviliza para impedir que la fórmula imprecisa, conscientemente ambigua, del Estado de las Autonomías oculte una España de dos velocidades, que es deseo último y confeso de nacionalistas vascos y catalanes. Ése es el nacionalismo andaluz que merece la pena, el que busca la igualdad, no la diferencia; quizá por eso es el más desatendido.

«Resumo, señores: el hombre no es esclavo de su raza, ni de su lengua, ni de su religión, ni del curso de los ríos, ni de la dirección de las cadenas montañosas». Muchos años después, Lucas resumiría a su forma con el mismo espíritu que Renan. Las acequias, el sabor de un dulce de leche, el recuerdo de una calle, de una esquina y hasta la fealdad de una plaza. «Y también algunos patios, claro, y sombras que me callo, y muertos».

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1 Comments:

At 12 agosto, 2009 16:51, Blogger Er Tato said...

¿Nacionalismo humano no excluyente? ¿Nacionalismo que defiende la igualdad y la universalidad? ¿Nacionalismo que busca la igualdad y no la diferencia? Me parece, querido Javier, que no caben más contradicciones en menos palabras.

Saludos cordiales

 

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