El plan de la É
Elías se echó a la calle decidido a que le dieran las explicaciones menos usuales de la política: el porqué de una obra pública sin sentido. Una obra del Plan E. Junto a su casa. Primero llegaron y colocaron un cartel: «Obras de remodelación y mejora del acerado. Plan E. Gobierno de España». Letras rojas, con la E en todo lo alto, ondeante como una bandera de conquistas. Tendría que ser una buena noticia que el Gobierno descienda hasta las aceras, que baje hasta la calle y se ponga a la altura de sus ciudadanos. Tendría que ser una buena noticia, pero Elías recordaba que las aceras de su calle ya las levantaron hace tres años. Y salvo algunos desperfectos, estaban en buen estado. ¿Qué sentido tiene ahora volver a levantar las aceras? Se echó a la calle convencido de que podría evitar un despilfarro tan evidente.
Los albañiles y el operario de la excavadora lo miraron con cara de extrañeza y le pidieron que esperase al oficial. Pero el oficial tampoco tenía respuestas, y le pidió que aguardara al encargado, que llegaba al mediodía. Y nada tampoco, ninguna respuesta para la pregunta más sencilla: ¿Qué sentido tiene esta obra? «Es un tipo raro», oyó murmurar a sus espaldas. Ciertamente lo era. Su rareza consistía en creerse ciudadano, en no asumir como un siervo de la gleba la degeneración despótica de las instituciones, la desconsideración al contribuyente con ese paternalismo insoportable de quien presenta las obras públicas como favores, graciosas concesiones que el personal debe asumir con obediencia, gratitud y silencio. No era su caso. Cada dinero empleado en las aceras era dinero público; su dinero, por tanto. Lo cual, que volvía otra vez a la pregunta elemental: ¿Qué sentido tiene volver a levantar las aceras, poner la calle patas arriba durante meses, despertar a los vecinos a las siete de la mañana con las excavadoras, cortar al tráfico de punta a punta y dejarle inútil el garaje? ¿Para cambiar de nuevo las aceras? No puede ser.
Fueron pasando funcionarios y técnicos, o mejor iba pasando él, como una pelota de pin pón, de despacho en despacho, hasta llegar a la antesalda del despacho del concejal. «Está reunido. Tiene que pedir cita». Cansado de esperar, emprendió desolado el camino de regreso.
En la salida, un tipo le siseó. Se volvió a mirarlo. «Mire, en realidad, no encontrará ningún responsable porque las obras del Plan E son un auténtico caos. La orden era hacer todas las obras posibles de aquí a final de año. Entenderá usted que el objetivo no eran las obras públicas en sí, sino los contratos de empleo; es el mundo al revés porque el fin no es la obra pública sino la realización de la obra pública. Por eso hay obras con sentido y otras que son una barbaridad».
Un día llegaron y colocaron un enorme cartel. Allí en el bar, consumiendo cervezas, pensó que volvió a pensar en ese día. ¿De dónde viene la é? Este no es un plan eficaz, ni ejemplar, no busca la excelencia ni va a servir para reactivar la economía, ni para asentar el empleo. Este plan es un exceso, casi una evasiva del Gobierno, este plan nos embarga... Este plan es electoralista y sus resultados se van a evaporar en nada. Este plan es un error. Este plan, este engaño, debe ser España.
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