Disturbios
Si ha ocurrido en Grecia, si ocurrió antes en París, por qué tenemos que pensar que pensar que nunca pasará aquí. ¿Por qué? Si en París los disturbios que pusieron en jaque al Gobierno se originaron en el las afueras de la gran ciudad, esa zona de nadie, barrios marginales de gentes marginales, obreros que aspiran a ser mileuristas, inmigrantes parados... ¿Por qué? Si en Grecia, el origen de los altercados vuelve a estar en el fracaso educativo, en el desastre universitario, en una juventud sin formación ni perspectivas; adolescentes que son carne de cañón de los soportales abandonados de los grandes edificios. Por qué no vamos a pensar que, uno de estos días, los incidentes de La Mojonera, como antes en El Ejido o en Roquetas, desembocarán en un enfrentamiento abierto con antidisturbios; trincheras de neumáticos incendiados y chatarra calcinada que se propaga veloz como si una llamarada de fuego comenzara a devorar el interminable horizonte de plástico blanco de los invernaderos; y luego a otros suburbios, otros barrios marginales, a otro bosque de chabolas de Andalucía, de España.
«La gente se ha unido para decir que estamos hartos», dijeron en Francia cuando los coches incendiaban las noches con el odio inmenso del desarraigo. Y en Grecia. Dicen: “El país ha avanzado a un paso superior al de la UE en los últimos años pero tiene importantes desafíos pendientes, entre ellos, un sistema universitario muy ineficiente y, desde luego, tasas de desempleo juvenil sin parangón en la Unión Europea”. Pero resulta que las tasas de desempleo inaceptables que han estallado en Grecia se refieren al 23 por ciento de la población juvenil, mientras que en Andalucía convivimos con un desempleo juvenil del 30 por ciento. Y resulta que el último informe de la Conferencia de Rectores lo que dice es que “los universitarios españoles suspenden cuatro de cada diez créditos de los que se matriculan, faltan a clase con frecuencia o no se evalúan, y el abandono de los estudios es, en algunas titulaciones, superior al 40 por ciento”.
La cadena que conduce a los disturbios siempre es la misma y siempre comienza con el fracaso escolar y abandono universitario. La formación profesional o universitaria no garantiza sueldos elevados, desde luego, pero sin esa formación no existe sociedad desarrollada que pueda resistir sin que la desplace la fuerza centrífuga de la globalización; sin cualificación no hay posibilidades de luchar contra la deslocalización de empresas en busca de salarios más bajos y menos cualificados.
Supimos, acaso tarde, que debajo de los adoquines no estaba la playa, pero lo que nunca imaginamos es que al decir aquello de ‘seamos realistas, pidamos lo imposible’ llegaría un día en el que tan sólo aspiraríamos a la normalidad. La imposible normalidad de una sociedad en la que el progreso no suponga involución. Se oyen disturbios en Almería y se hace un silencio luego. ¿Ocurrirá? Dicen las crónicas que la revuelta se ha sofocado ya.
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