De Ley
Lo que hay que decir tiene la contundente brevedad de un cante. Lo poco que hay que recordar es tan antiguo como el rasguear de una guitarra a lo lejos, en una taberna, y una voz rota que, a su lado, corta de un hachazo el aire que la envuelve. Y se oye: «A ratos, la verdad miente./ La verdad, como cualquiera,/ se cansa de perder siempre». Caen a plomo fandangos, peteneras o tientos, y cuando se calla esa voz, nada más hay que decir. Que nunca la desolación puede llegar tan lejos como esos versos de arriba, la verdad cansada de perder siempre. Verdades de arrabal empapadas en el vino de las tabernas.
Se trata, además, de una letra, sólo un cante entre los más de ochocientos que se ofrecen en ‘Flamenco de Ley’, un estupendo libro de Paco Espínola –tipo avisado, extenso y peculiar del universo granaíno– en el que recogió la inmensa tradición flamenca sobre loa avatares de la Justicia; cante a cante, se retratan las detenciones, el juicio, la condena, la cárcel… Pues bien, si no fuera porque Espínola es un asesor principal de la Fiscalía general del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, sería para recomendar en esa casa que, en el próximo regalo corporativo, le envíen este libro a los fiscales de medioambiente, tan hartos de coles como deben estar por la tomadura de pelo incesante en la que se ha convertido la legalidad urbanística.
No es sólo porque, como ha ocurrido en Medina Azahara, dos casas vecinas, ilegales ambas, hayan recibidos sentencias contrarias de los juzgados cordobeses, una ordenando la demolición y la otra amparando la vivienda. Tampoco el malestar debe venir nada más porque el todopoderoso lápiz de los despachos de Urbanismo obren el milagro de convertir en legal lo que hasta ayer era ilegal y prohibido, como el chalé de Antonio Banderas (deberían inmdemnizar ahora a los vecinos que tantos años han pagado de sus bolsillos los pleitos contra las barbaridades urbanísticas del gilismo). Ni exclusivamente por el cinismo político de Estepona, un espíritu desvergonzado que resucita ahora con la moción de censura de Chiclana, con cuarenta mil viviendas ilegales.
Incluso, el desconcierto de tantos fiscales tampoco llegará cuando se comprueba que es la propia Junta de Andalucía la que, con una mano sanciona y, con la otra, legaliza, como parece que va a ocurrir ahora en Armilla, con el centro comercial Nevada, de un influyente alcalde socialista y un promotor de vuelta de mil batallas. ¿Legalidad urbanística, rigor disciplinario? ¿Qué todo el mundo es igual ante la ley? No, de ésas no se estilan demasiado por aquí. He oído decir al fiscal jefe del TSJA que las demoliciones tiene que ser la norma general, que si se convierten en la excepción, el delito urbanístico resulta muy rentable, que en la delincuencia urbanística no hay oro efecto disuasorio que el derrumbamiento de lo ilegal.
«Hacen la ley y la trampa./ Con la primera te obligan/ con la segunda te engañan». Suena la guitarra, se rompe la voz y ya no hay nada más que decir. Como en misa, amén. O como sugiere el libro de Espínola, engaños de ley.
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