El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

17 noviembre 2008

Desconfianza


Enrolló el suplemento salmón del periódico del domingo y, agitándolo en el aire como un bastón de mando, miró fijamente a su marido. «Mañana voy al banco y nos compramos la casa de la playa». Durante años, paseaban por la acera del paseo marítimo en las mañanas frías de invierno, imaginando amaneceres desde la terraza; la arena, abandonada, sin niños correteando ni cuerpos desnudos al sol; la arena sola y fría, a expensas de olas enfurecidas que bramaban henchidas por haber vencido al verano. Recorrían las noches de agosto, viéndose allí, con una botella de champán y un jazmín en el rincón de la terraza que daba al mar. Eran tantos años soñando que, cuando vieron el cartel de ‘Se vende’ colgado del aquel piso, se miraron con una sonrisa de incredulidad. En el periódico hablaban de las oportunidades de la crisis, de gangas... Parecía que les hubiera tocado la lotería.

Él trabajaba de gerente en una empresa de exportación de productos tropicales y ella, aunque con un sueldo algo menor, tenía la seguridad de un puesto público, inspectora de Hacienda. Ahora que sus dos hijos tenían la carrera acabada, era el momento. Al fin, una mecedora en aquella terraza para competir con la marea y balancearse con al mirada, viene y va, sobre la panza curva del horizonte.

El lunes llamó a su jefe para decirle que llegaría más tarde, y, a las nueve en punto, ya estaba sentada frente al director del banco para pedirle el crédito que necesitaban para comprar el piso de la playa. El director del banco los conocía, claro, y se saludaron con el afecto extraño que se mantiene con quienes guardan tu intimidad, tu historia y tus defectos en una carpeta beige de hospital o en un ordenador.

—¿Avales? No hay problemas —dijo ella, cuando el director del banco comenzó a rellenar un formulario—. Podemos poner como aval la primera residencia, el piso de la ciudad. Además, dispone usted de la domiciliación de las dos nóminas, la de mi marido y también la mía, con lo que…

—Verá —la interrumpió—. No me refería a eso, que ya lo conozco, como habrá adivinado usted…Tal y como están las cosas, si le hablo de avales es porque para conceder un crédito hipotecario necesitamos la máxima garantía. Y sobre todo en la adquisición de la segunda vivienda… Es la norma de la casa, órdenes internas, porque el interbancario se ha puesto…

—… Vamos a ver, ahórrese la parrafada; tengo prisa. Dígame exactamente qué aval quiere usted.

—Es usted inspectora de Hacienda, se nota, sí… Bien: lo que quiero como aval es su título de funcionario.

La imagino en estas mañanas soleadas de noviembre, meciéndose en la terraza. En uno de los cuadros del pasillo, el título de funcionario público, como un valor en alza, un seguro inesperado rescatado del baúl donde guardaba libros, apuntes y un álbum de fotos de la universidad. Cada vez que alguien habla de la crisis, ella espera para hablar. «No es la crisis, es la desconfianza, que es mucho peor. Porque el miedo es una plaga terrible. Te voy a contar lo que me ha pasado, que no lo vas a creer…».

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