Dolores
No sé qué habrá sido de ella. En un santiamén, se la tragó oleaje de las otras noticias. Pocas veces la actualidad es un mar en calma, y ella, una punta de alfiler en la inmensidad, desapareció de la superficie en pocos segundos. Guardé el recorte de prensa en la cartera, para no olvidarla. Se llama Dolores, vive en Huelva, allí donde el hedor de la Celulosa es un peaje obligatorio para los vecinos, un impuesto en el aire que respiran. Dolores, desesperada, escribió una carta porque no sabía qué hacer con su nieto. Su hija se separó del marido y le han dejado a cargo del hijo, de diez años, que es el mismo demonio; a ella, que ya tenía que luchar con su marido enfermo; a ella, a sus años, achacosa, con el dolor de la vida metido en los huesos. Primero confesó que no es capaz de controlar a su nieto, que ni obedece ni escucha. Luego lo escribió temblorosa en un papel, «tengo miedo».
En la Junta la recibieron; no era el primer caso. Y rellenaron un formulario: «Padres separados. Abuela incapaz de controlar las agresiones y las amenazas de su nieto de diez años». Le han dado una cita con un centro de Salud Mental para dentro de dos o tres semanas. Pero tantos días de espera es una angustia más; sin saber siquiera si su nieto querrá acudir al especialista o tomarse luego la medicación. De hecho, ni siquiera sabe cómo decírselo, si le sentará bien, si le sentará mal y acabará otra vez dando voces y golpes por toda la casa. Su marido en el sofá con los oídos tapados, la tele a toda voz. Y ella escondida en la cocina, secando las lágrimas en el pico del delantal.
Dolores, ay. Al final del camino, tener que hincar la rodilla ante un niño de diez años al que le cuesta reconocer en el espejo de su sangre; que se pierde la vista cuando se mira atrás y no se ven más que trabajadores, gente honrada y humilde. Por eso, confía en los médicos, en un tratamiento que le devuelva las luces. Lo contrario, será el infierno. Porque le han dicho en la Junta que sólo se hacen cargo del niño si los padres renuncian a la tutela. Y los padres tampoco quieren eso. Dolores sabe que está en un callejón sin salida. Que nada bueno puede esperar, que nada bueno puede pasar.
[Desde la reforma psiquiátrica de los ochenta, en España se cerraron todos los hospitales psiquiátricos, los manicomios que se convirtieron en un símbolo del franquismo. Pero en vez de poner en marcha servicios comunitarios, sociales y sanitarios, para los enfermos psiquiátricos, la reforma se quedó en el cierre. Los resultados de esta reforma inacabada –«un acto de hipocresía», afirman expertos en Psiquiatría– lo padecen desde entonces las familias de los enfermos mentales, los únicos cuidadores. La estadística señala que la mayoría de los cuidadores de enfermos mentales supera los cincuenta años. Desde el nieto agresivo de Dolores hasta el pederasta que pudo asesinar a Mari Luz, nadie ofrece una cifra sobre el número de enfermos mentales en España ni la peligrosidad que entrañan].
3 Comments:
Pasión, Pedro y Sevillana: He dejado mi comentario en la entrada anterior. Y mi equivocación también. Eso es lo que tienen las prisas.
Un saludo
A muchos padres y madres les resultan más cómodo pasar el día y parte de la noche fuera de casa, que atendiendo a los hijos.
Siempre ha sido para mí un misterio que mi madre tuviese la satisfacción de comerse la cabeza del pescado o el trozo de bizcocho que había salido ennegrecido del horno. ¡Qué suerte que,casualmente, a ellas les gustase todo lo que era desperdiciado por nosotros!. ¡Qué suerte que nuestras madres no se pusiesen nunca enfermas y no necesitasen permanecer en cama, como con tanta frecuencia nos ocurría a nosotros!. Un observador que tuviera un mínimo de sensibilidad, terminaba por descubrir que allí había truco, y que tanta armonía no puede ser casual. Claro que, siempre habrá algunos que, a pesar de su mayoría de edad, sigan llamando "suerte" y considerando como un "derecho", todo aquello que no es sino producto de un amor gratuito e inmerecido hacia ellos. Qué pena de abuelos. El problema es que esto no es ya una novedad, sino que se ha convertido en algo habitual. Los niños, sobre todo los adolescentes, no tienen conciencia de la mala leche y libertinaje que campan a sus anchas por las calles, no estudiarán y si no estudian suspenderán y luego puede haber consecuencias mayores. Se dieron muchas prisas para a hacer desaparecer los Manicomios y las Universidades Laborales.
El juez de menores de Granada, Calatayud, dice siempre que si los padres se convierten en 'amigos' de sus hijos los dejan huérfanos.
Hay padres que creen que los hijos se educan solos, que no hace falta ponerles límites ya que 'la calle' ya lo hará. En cierto modo, hace muchos años esto era en parte así, porque antes cualquier adulto podía llamar la atención de un niño (o un no tan niño) y normalmente era respetado. Hoy en día eso no ocurre, ni siquiera los profesores pueden reñir a los niños, mucho menos un desconocido, sin arriesgarse a que venga su progenitor más preocupado por su 'dignidad' ofendida que por el comportamiento de su hijo.
Si además las leyes no prevén ninguna solución a estos casos pues mal lo tenemos.
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