Adulación
Al César andaluz, en el XVIII Aniversario de su era.
Desde lo más remoto, los gobernantes más lúcidos han sabido que su principal enemigo era la adulación. Acunarse en los brazos de la lisonja, bañarse en la miel de los halagos, abrir el oído al trino suave de las alabanzas y perfumarse en el incienso de las complacencias. Un halo de autocomplacencia se establece siempre en el entorno del poder y sólo los gobernantes más sabios han sabido huir de la adulación como la más dañina de las tentaciones del gobierno. Suelen ser una excepción, claro, porque lo normal es que el dirigente no sólo se haga rodear de aduladores, sino que, además, imponga a su alrededor un entorno de tierra quemada, ningún oponente que pueda hacerle sombra.
“El poder absoluto entraña riesgos de adulación y de mentira”, determina el emperador Adriano en las apacibles memorias de Marguerite Yourcenar. Adriano lo sabía y le repugnaba, convencido de la eficacia letal del veneno de la adulación. “He sufrido esos inconvenientes tal y como un pobre sufre su miseria. Un paso más y hubiera aceptado la ficción consistente en pretender que se seduce, cuando en realidad se domeña. Pero allí empieza el riesgo del asco, o quizá de la tontería”. Para escapar de ese abismo, el césar se hacia acompañar de un esclavo en sus desfiles triunfales que le susurraba al oído: “Memento mori”, recuerda que eres mortal.
Pero éste es sólo el caso de los sabios, porque lo habitual, como queda dicho, es que el poderoso sucumba a la tontería de verse a sí mismo como un gran líder, que camine por las alfombras del deleite y la soberbia, y que la propia sinergia del poder genere un círculo de intereses en su entorno, de modo que cada cual encuentra en ese sistema una garantía de perpetuidad. Los líderes no temen nunca que los aduladores lo puedan desbancar y estos, a su vez, saben que mientras mantengan a ese líder nada tienen que temer. En esa dinámica, lo primero que se destierra es el debate externo porque no existen más fines ni más dudas que las derivadas de la permanencia en el poder. Las políticas que haya que cambiar, los discursos que haya que enmendar, serán sólo para perpetuar el mando. Los flancos a cubrir o a reforzar serán aquellos que se han debilitado. No existe un proyecto político de transformación de la sociedad, sino un proyecto de poder.
Es entonces cuando se hace más necesario que nunca la educación cívica de los gobernados. Savater lo resume: “La educación cívica tiene que intentar promover ciudadanos susceptibles de sentir y apreciar la fuerza de las razones, no las razones de la fuerza. Porque la deliberación es una tarea de puesta en común de razones y necesita fomentar la expresión y la comprensión, proponer sin imponer, aceptar sin sentir humillación, ser capaz de acuerdos y transacciones. Como dijo Camus, la democracia es un ejercicio de humildad social”. De lo que podemos inferir, que la hegemonía es un ejercicio de adulación social.
1 Comments:
Nuestra mentalidad sigue siendo estrecha, el "todo por el partido" sigue predominando en las bases militantes, por no decir que lo que diga El Jefe va a Misa y siempre estará bien. Este señor, se cree hermoso por fuera, blanco y puro, pero por dentro está podrido y lleno de gusanos, sentado en su trono viéndolas venir, sin hacer nada, teniendo responsabilidades se inhibe por negligencia o incapacidad y peor aún, el que por anteojeras ideológicas o intereses electorales las agrava. Una sociedad andaluza que no funciona, porque la mentira se ha hecho moneda de curso legal, mentiras groseras y piadosas en la política, mentiras al por menor y al por mayor en los medios de comunicación. Vivimos en una sociedad donde la mentira resulta rentable y está subvencionada.
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