Espejismo
Cuando descolgó el teléfono, no hubo tiempo para formalismos. «Oye, Vidal, que la Audiencia dice que el maletín de los Ollero no tiene dueño, así que no saben qué hacer con él. Ollero lo ha pedido, y también la familia de Llach, porque dicen que si no hay delito, lo normal es que le devuelvan el dinero…» Vidal interrumpió la explicación con un golpe seco de voz. «Cómo coño van a decir que el maletín no tiene dueño. Que me lo devuelvan a mí, joder, que yo fui el que se lo encontró».
El ‘caso Ollero’, de principio claro y final ignominioso, nos ha dejado otra sentencia memorable. «El maletín del dinero no tiene dueño». Ahí es nada. Rebobinemos: Una madrugaba de julio, José Antonio Vidal, jefe de la Policía Judicial, detuvo a la entrada de Sevilla al intermediario Jorge Ollero cuando volvía de Madrid de cobrarle una comisión a los dueños de la constructora Ocisa por la adjudicación de una carretera en Málaga. Todo esto, que nadie lo ha negado, se perdió en la nebulosa de lo presunto porque, anuladas las escuchas telefónicas, la investigación se vino abajo. Todos presuntos, todos absueltos. Nadie condenado.
El problema grande que tenía esa sentencia absolutoria es que el ‘caso Ollero’, a diferencia de otros casos de corrupción, es el único en el que la investigación policial concluía con la prueba palpable del delito: el maletín con el dinero. En derecho existen, junto a las pruebas ordinarias, fehacientes, las pruebas indiciarias, aquellas que se sustentan, según algunas interpretaciones de la doctrina jurídica, «en indicios, conjeturas, señales o presunciones más o menos vehementes y decisivas, aceptadas por el juez como conclusión del orden lógico y por derivación o concatenación de los hechos».
¿Podría pensarse que el maletín era una prueba indiciaria de gran valor? Aun asumiendo que todas las escuchas quedan anuladas; aun cuando los procesados se negaran a declarar en el segundo juicio (en el primer juicio admitieron algunos hechos), parece claro que el maletín tenía que haber salido de alguna parte.
Pensémoslo al revés. Si el maletín no es una prueba indiciaria, si no forma parte de ningún delito, lo lógico es que tenga dueño, un legítimo propietario. Pero entrar en eso, ay, hubiera supuesto tanto como admitir la incapacidad de la Justicia para esclarecer el caso. Por eso este final de risa: «El maletín debe tener el destino de las cosas que no tienen dueño, la Hacienda Pública». Ahí quedó.
El maletín, pues, cayó del cielo aquel día que Vidal detuvo a Ollero. Cayó del cielo justo en el interior del coche del intermediario. Y se pierde ahora en el espeso mundo «de las cosas que no tienen dueño». Como metáfora del magma inabarcable de la Hacienda pública, no está mal. Aunque uno hubiera preferido que el maletín se lo dieran a Vidal. Que para eso se lo encontró aquella noche de verano en la que nada era lo que parecía. Todo era un espejismo.
El ‘caso Ollero’, de principio claro y final ignominioso, nos ha dejado otra sentencia memorable. «El maletín del dinero no tiene dueño». Ahí es nada. Rebobinemos: Una madrugaba de julio, José Antonio Vidal, jefe de la Policía Judicial, detuvo a la entrada de Sevilla al intermediario Jorge Ollero cuando volvía de Madrid de cobrarle una comisión a los dueños de la constructora Ocisa por la adjudicación de una carretera en Málaga. Todo esto, que nadie lo ha negado, se perdió en la nebulosa de lo presunto porque, anuladas las escuchas telefónicas, la investigación se vino abajo. Todos presuntos, todos absueltos. Nadie condenado.
El problema grande que tenía esa sentencia absolutoria es que el ‘caso Ollero’, a diferencia de otros casos de corrupción, es el único en el que la investigación policial concluía con la prueba palpable del delito: el maletín con el dinero. En derecho existen, junto a las pruebas ordinarias, fehacientes, las pruebas indiciarias, aquellas que se sustentan, según algunas interpretaciones de la doctrina jurídica, «en indicios, conjeturas, señales o presunciones más o menos vehementes y decisivas, aceptadas por el juez como conclusión del orden lógico y por derivación o concatenación de los hechos».
¿Podría pensarse que el maletín era una prueba indiciaria de gran valor? Aun asumiendo que todas las escuchas quedan anuladas; aun cuando los procesados se negaran a declarar en el segundo juicio (en el primer juicio admitieron algunos hechos), parece claro que el maletín tenía que haber salido de alguna parte.
Pensémoslo al revés. Si el maletín no es una prueba indiciaria, si no forma parte de ningún delito, lo lógico es que tenga dueño, un legítimo propietario. Pero entrar en eso, ay, hubiera supuesto tanto como admitir la incapacidad de la Justicia para esclarecer el caso. Por eso este final de risa: «El maletín debe tener el destino de las cosas que no tienen dueño, la Hacienda Pública». Ahí quedó.
El maletín, pues, cayó del cielo aquel día que Vidal detuvo a Ollero. Cayó del cielo justo en el interior del coche del intermediario. Y se pierde ahora en el espeso mundo «de las cosas que no tienen dueño». Como metáfora del magma inabarcable de la Hacienda pública, no está mal. Aunque uno hubiera preferido que el maletín se lo dieran a Vidal. Que para eso se lo encontró aquella noche de verano en la que nada era lo que parecía. Todo era un espejismo.
Etiquetas: Caso Ollero, Corrupción, Tribunales
3 Comments:
Javier:¡Qué mierda de país!.
DOBLE RASERO
¿Que paso con su amigo Villalonga y la privatizacion de telefonica, o la Sintel, o Gescartera, Cañellas, etc...
Que pobre si para hacer oposicion tenemos que remontarnos a 15 años atras, por que entonces no nos remontamos a 30 y empecemos a ver ministros y algun cargo franquista hoy en el poder, dentro de las fila PePeras, les hacemos responsables de las muertes franquistas??
O mejor todavia, le pedimos al GRAPO Pio Moa que nos rescriba la historia.
¡ Cuantas injusticias se cometen en nombre de la Justicia !
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