El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

07 marzo 2007

Eclipse


Se morirá en primavera. Estos días de marzo. Se apagará lentamente, con su pecho hundido, ya sin respirar. Se desvanecerá, como el eclipse de luna de este fin de semana, lentamente, hasta que miremos al cielo una de estas noches y sólo veamos un destello rojizo, que será ella, Inmaculada Echevarría. Se morirá una semana de éstas, acaso nadie lo sabe con certeza, porque ella sólo ha pedido que sea «cuanto antes». Todos soñamos con la vida, pero ella desde hace muchos años sueña con la muerte, con su muerte. Nuestros sueños de vida son sus pesadillas. Nuestra angustia de muerte es su descanso. Cuando alguien hable de Inmaculada Echevarría, que lo piense primero. Que no debe haber dolor mayor que no tener ni recuerdos cuando llega el día en el que sólo nos puede consolar el pasado, lo vivido. Que no debe haber mayor desesperación que cuando llega ese día, se mira atrás, y el recuerdo se pierde en una fría habitación de hospital, inmóvil y desahuciado.

Inmaculada ha entrado en la vida del revés y ha rellenado los papeles de su muerte, póliza a póliza, hasta reunirlos todos. Y ahora, que está ya a las puertas de la muerte, algunos la miran con ojos de desconfianza, la miran con recelo, como si fuese a cometer un delito. Inmaculada sólo mueve los dedos de las manos y de los pies. Ni la lengua puede mover. La distrofia le ha parado todos los músculos, pero le sigue funcionando el corazón. «La tristeza se apodera de mi cuando pienso en mi situación y en todo lo que quiero decir y nadie me entiende; entonces sólo me queda llorar. Sé que es difícil ponerse en mi lugar, pero os pido que lo intentéis. No es justo vivir así, mi vida es soledad, vacío y opresión». Cuando alguien hable de Inmaculada Echevarría, que lo piense primero.

Y es verdad que la legislación española no reconoce ni admite la eutanasia, que es lo que pedía Inmaculada desde que la enfermedad la inmovilizó hace veinte años. Ahora tiene cincuenta y, al fin, ha conseguido lo que quería. La Consejería de Salud, que ha actuado con prudencia y sensibilidad, primero dispuso el testamento vital. Inmaculada lo rellenó en noviembre. Ya no pedía, como antes, la eutanasia, una inyección que acabara con su vida; sólo pide que le retiren el tratamiento médico, el respirador artificial, que la mantiene viva. Quiere morir como otros muchos enfermos terminales. «Todo el mundo se muere, y nunca me toca a mí». Hace unos días, dos organismos públicos, el Consejo Consultivo y el Comité de Ética, han resuelto que la petición de Inmaculada es legal, que puede renunciar al tratamiento, que lo contempla la Ley.

Tan lejos estaba, tan cerca está ahora, que Inmaculada cree que su muerte es «un milagro». El milagro de la vida es para ella el milagro de la muerte. Por eso ha convertido la primavera en su otoño. Cuando alguien hable de Inmaculada Echevarría, que lo piense primero.