Teorema
En el umbral de un acuerdo sobre el Estatuto de Andalucía, al PP se le han aparecido sus peores enemigos. Fantasmas familiares que han comenzado a ulular por los despachos con remordimientos nuevos y complejos antiguos. La cuestión tiene su miga porque las cautelas, las dudas, surgen como un sarpullido después de meses de negociación, no antes, y cuando, según este mismo partido, el acuerdo con el PSOE es casi total.
Ayer mismo, uno de los negociadores de ese Estatuto, Antonio Sanz, se multiplicaba en un sinfín de intervenciones para asegurar que, gracias a las enmiendas que habían pactado socialistas y populares, el Estatuto andaluz, en su mayoría, había dejado de ser inconstitucional. Y añadía contundente: «Para el PP y para los andaluces lo prioritario es el acuerdo». ¿Dónde están, pues, las dudas?
Por lo que ha podido conocerse, un sector del PP, liderado por Eduardo Zaplana, considera que si el PSOE ha optado por el acuerdo andaluz es por un doble interés, ajeno a los populares. Internamente, es el aval político que necesita Zapatero para sacudirse todas las críticas a su errática política territorial y, externamente, porque en adelante podrá utilizar el Estatuto andaluz como modelo para el resto de reformas.
A poco que se piense, todo lo anterior es cierto. Irreprochable. Sólo que le falta una pieza esencial: se olvida que el acuerdo también beneficia de forma extraordinaria al PP por los mismos motivos, pero a la inversa. Internamente, porque se sacude la condena histórica de no haber apoyado el 28 de Febrero. Y externamente, porque no debe olvidarse que es el PP quien gobierna en otras muchas comunidades que en adelante aprobarán sus reformas.
Ocurre, además, que alguien de ese sector del PP debería explicar qué salida le quedaría a este partido en el referéndum si, al final, rompen el acuerdo, porque la abstención la tiene vetada desde tiempos de Lauren Postigo y no parece lógico que pida el voto negativo para un estatuto que ha negociado en su mayoría.
La reforma del Estatuto, ya ven, ha quedado limitada, como un caldo que se deja reducir hasta la esencia, a un juego de intereses de partido. Cuentan en el PP que, en una de las largas sesiones de debate de la ponencia del Estatuto en el Congreso, Alfonso Guerra, sorprendió a todos con una particular teoría sobre los obstáculos internos a los que se habrían de enfrentar ambos partidos para llegar al acuerdo. Y vaticinó que al PP le convenía el acuerdo en Andalucía pero le perjudicaba en Madrid, mientras que al PSOE le ocurría lo contrario. Guerra llamó a este cruce ‘El Teorema de los Espejos’.
Guerra, como se ve, sigue asistiendo de oyente a sus responsabilidades, ahora como presidente de la Comisión Constitucional como antes de vicepresidente del Gobierno, pero afina bien en los análisis. Teorema de los Espejos, juego de intereses. Guerra y la política en estado puro.
1 Comments:
La autonomía andaluza funciona perfectamente sin ese engendro de estatuto; el problema de la autonomía andaluza es de gobierno, no de marco legal.
Que la política de partidos aconseje esto o lo otro es un problema de los partidos. Los ciudadanos no tenemos que ver con eso, los ciudadanos deberíamos coger esa ridiculez innecesaria y no solicitada y metérsela a los políticos por alguno de sus muy ensanchados orificios.
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