Noluntad
Nunca supo calcular hasta dónde lo iban a conducir sus pasos cuando cada mañana salía a caminar. Ni siquiera lo pretendía. Que aquellos paseos solitarios, más que libres, eran incontrolables, como el pensamiento mismo, que no se puede guiar. Así que nunca sabía cual era su destino. Tampoco en este despertar del doce de octubre cuando, de pronto, se sorprendió asomado a la fuente del Algarrobo, cerca ya de los pinares de Oromana.
Se detenía todas las mañanas en la puerta de su casa y, como si necesitara expedirse un certificado de cordura, se acordaba siempre de Machado. “Converso con el hombre que siempre va conmigo”. Se dejaba en manos del subconsciente. Por eso, no debe ser casual que en este Día de la Hispanidad sus pasos lo hubieran llevado hasta un lugar que, cuando él era pequeño, se vestía de fiesta el doce de octubre.
Entonces, desde donde se encontraba ahora, junto a la azuda por la que se cruza el río hasta el antiguo molino del Algarrobo, y desde allí a los pinares, ya se oía el griterío de la muchedumbre y se adivinaban las gaitas de los gallegos. Llegaban allí como invasores festivos, vestidos con sus faldas de cuadros, desfilando con la caña de las gaitas cargada al hombro, como machetes de un fusil. En una explanada, los gallegos hacían hogueras y asaban sardinas, y todo el pueblo se arremolinaba allí, como encantado por el inquieto silbido de las gaitas. Entonces se llamaba el Día de la Raza.
El recuerdo, los ruidos y los olores de aquel bullicio, se desvaneció de golpe, interrumpido por un grupo de niños que pasó a su lado corriendo. Se sentó junto a un pino encorvado y abrió los periódicos del día. El Estatuto andaluz, y su absurdo debate de la realidad nacional; las violentas algaradas de los independentistas catalanes; y la risa grotesca de los terroristas vascos. “Día de La Hispanidad”, se dijo en voz baja. Y, con un brote repentino de hastío, arrojó los periódicos sobre la tierra, sobre la débil alfombra de hierba que el otoño indeciso no se atreve a hacer crecer.
Pensativo, recordó la carta que Machado le envió a Miguel de Unamuno, cuando nacía el siglo XX. Una carta de 1915: “Querido y admirado maestro: Leí su Noluntad Nacional. Mucha razón tiene usted. España no sabe lo que quiere y, acaso, no quiere querer.” Noluntad nacional. La voluntad de no ser. Antes que la falta de voluntad, parece como un deseo subconsciente y colectivo de prescindir de toda voluntad de conjunto, de nación, de unidad. Un país cansado de sí mismo.
De vuelta, se detuvo de nuevo en la fuente junto al río. Un leve hilo de agua se estrellaba sobre la piedra, sobre el verdín. Y ya no podía oír el bullicio de aquellas gaitas de su infancia. “Día de la Noluntad Nacional ¿Por qué diablos no lo llamamos así?”
2 Comments:
El Día de la Raza, más conocido en el pueblo -Alcalá de Guadaira- por el día de los gallegos. Allá que íbamos, toda la chiquillería de la calle en tropel, a los pinares de Oromana. Ya por la Harinera se oían los maullidos de las gaitas gallegas, con el voluntarioso añadido de algún gaitero de la banda Don Bosco de los Salesianos. Una neblina perfumada se desparramaba por el talud del parque: ¡sardinas asadas! El olor era el pistoletazo de salida de una alocada carrera -cuesta del vivero, travesía del poli, cruce del río y remonte del parque- para llegar el primero a la cola del reparto.
Correr por correr. Comerte una sardina asada y ser tú el pringoso, de sudor y albero. Danzar salvaje tras un gaitero con más fuelle en la bota que en la gaita. Esa es mi raza y mi patria. Mi infancia.
bojhe dice:
Son arraigados recuerdos de mi infancia, con hermanos,vecinas, padres y amigos. Olores, sonidos y un sin fin de sensaciones que perduran en mi mente tan ocupada siempre.
HOY,VUELVO A RECORDAR...........
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