Dioses
Argantonio, que fue rey de Tartesos y que en el imaginario nacionalista se idealiza como el Moisés del andalucismo, recorría su reino mágico del Río Betis acompañado de bailarinas y envuelto en la suave atmósfera de las liras. El «rey de la plata» se vestía con joyas fastuosas, se llenaba de oro en sus palacios de piedra.
El poder celestial, sobrenatural, y el poder terrenal han inspirado siempre las grandes obras con el único fin de buscar la posteridad. Es el deseo de inmortalidad el que ha movido en la historia esos resortes de grandeza. De Argantonio nos queda el Tesoro del Carambolo, su gran legado.
Llegarían después romanos, visigodos, musulmanes y cristianos, y siempre, en cada época, el poder ha querido «facer una obra tal e tan grande que los que la vieren acabada nos tengan por locos», como pensó el Cabildo de canónigos cuando decidió la construcción de la Catedral de Sevilla. Si miramos a nuestro alrededor, ese afán de posteridad no ha cambiado.
Ya no se hacen obras para adorar a ningún dios celestial, pero sí grandes obras civiles que cambian, de un fogonazo, la fisonomía de una ciudad. Como la ‘catedral pagana’, blanca y deslumbrante, de Santiago Calatrava en Valencia. O el dorado Museo Guggenheim de Bilbao, de Frank O. Gehry. O la cambiante Torre Agbar de Barcelona, de Jean Nouvel. Gracias a esas obras faraónicas, podrá la historia analizar esta sociedad, este poder. Porque detrás de cada una de ellas se esconde un deseo, una ambición, una realidad.
Aquí en Andalucía, pasada aquella etapa tan simbólica de la Expo 92, proliferan ahora proyectos municipales de grandes edificios que rompen techos y tabúes establecidos, como superar la altura de la mezquita de Córdoba, o torres que emergen poderosas sobre el nivel del mar, como los tres rascacielos proyectados en Almería. En Sevilla, el alcalde ha logrado reunir a cuatro de los mejores arquitectos del mundo para construir un barrio. Pocas veces en la historia contemporánea encontraremos ejemplos de una obra civil en la que intervengan genios como Norman Foster, Nouvel, Isozaki y Vázquez Consuegra. Ese logro no se discute.
Claro que estos genios no llegan a Sevilla para dotar a la ciudad de monumentos emblemáticos, sino para cubrir de prestigio el mayor pelotazo urbanístico de los últimos años. En una parcela de 160.000 metros cuadrados, los arquitectos deberán ubicar 255.000 metros cuadrados construidos más calles, aceras, dotaciones varias y un gran parque central.
¿Cómo se verán estas obras en el futuro? No es difícil adivinarlo porque es el urbanismo, la especulación, el gran dios de estos días, al que se le rinde culto en estas torres. Es como aquella película de Bigas Luna, en la que un arquitecto ambicioso y hortera (Javier Bardem) se mofaba, agarrándose fuertemente la entrepierna en lo alto de sus rascacielos, «de construir edificios como pollas». ‘Huevos de oro’, se llamaba la peli.
1 Comments:
Evidente,que la visita de Foster e Isozaki es un envoltorio,un celofan de legitimidad estética al pelotazo urbanistico que se avecina;una coartada que salvaguarde a los prebostes ante el mangazo evidente.
Pero lo que es cierto,y aqui entramos en otro asunto,son las trabas que ciertos talibanes del esteticismo hispalense lanzan,cuando se trata de nuevos conceptos arquitectónicos.
Solo hay que mirar las innovaciones en ciudades como Valencia o Málaga,y establecer una comparativa con lo acaecido en Sevilla.
Algunos siguen instalados en el concepto de ciudad/parque temático,donde el acero y cristal de Foster son incompatibles con el olor a azahar,las marchas de Semana Santa y el albero ferial.
Coda:
El personaje de Javier Bardem,Caraballo,no era arquitecto,si no constructor.
Por cierto,hay un diálogo que podria firmar Roca.
Bardem tiene dos Rolex,uno en cada muñeca,y cuando le preguntan por que lleva dos relojes,contesta:
"¿No tengo dos huevos?¿Por qué no voy a tener dos "Rolex"?.
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