Censores
El proyecto de Estatut de Cataluña aprobado por el Parlament es un cúmulo tan abrumador de desmesuras que, sea cual sea el recorte final que se haga en el Congreso de los Diputados, afectará de forma sensible al prestigio de la clase política española, en general, y al crédito de las autonomías, en particular.
Lo primero, el prestigio de la clase política, se puede ver afectado si, al final, después de tantos meses de tiras y aflojas, de amenazas y soberbia, de boicot y de cabreo en toda España, se descubre, como se sostiene ya en Cataluña, que el acuerdo al que han llegado el presidente Zapatero y el líder de CiU, Artur Más, consiste, simplemente, en retirar el Estatut del Congreso y convocar nuevas elecciones en Cataluña. ¿Con qué objetivo? Uno doble. Por un lado, el PSOE fuerza a Maragall a dejar la política y, tras las nuevas elecciones, le abre paso a un pacto de gobierno con Convergencia en Cataluña. Si el final fuera ése, el problema mayor es que, en adelante, lo complicado va a ser que alguien se tome en serio a cualquiera de los protagonistas de esa extravagancia. Entre otras cosas, porque eso mismo se podría haber hecho hace dos años.
De todas formas, incluso ante salidas tan imprevisibles como la anterior, el resultado peor de esta oleada de reformas es que va a degenerar en un aumento considerable de los abusos autonómicos. El Estado de las autonomías, que tan buenos resultados ha proporcionado en algunos campos y, sobre todo, en algunas autonomías, gracias a la descentralización, ha potenciado paralelamente una vis política tan antigua como el poder, el cacique autonómico. El tirano local.
Si se fijan, de lo que muy pocos dirigentes autonómicos protestan es de aquellos artículos del proyecto catalán que suponen un claro recorte de libertades. Como las reformas judiciales, que aumentarán la politización de los tribunales autonómicos, o de esa barbaridad llamada Consejo Audiovisual, nuevo tribunal censor de las autonomías. Al presidente del Consejo Audiovisual de Andalucía, Manuel Angel Vázquez Medel, por ejemplo, le ha faltado tiempo para decir que, también aquí le corresponde a él «velar por el cumplimiento de los principios constitucionales y estatutarios, en especial los referentes a pluralismo político, social, religioso, cultural, de objetividad y veracidad informativa».
El trayecto que lleva a un tipo de la nada con sifón a un cargo público a dedo y de ahí a creerse juez omnímodo de todos los mortales es cada vez más corto. Ya ven. Todos mis respetos para Vázquez Medel, pero que me disculpe si no le reconozco, ni ahora ni en adelante, en esa función de dictar qué es o no constitucional, qué es o no objetivo y qué es verdad o mentira. A ver qué dice ahora las asociaciones de la prensa andaluzas y, sobre todo, a ver qué dicen otros miembros del Consejo Audiovisual sobre los que tengo el mejor de los criterios.
3 Comments:
¿Pues tú sabes cómo se hubiera conjurado del todo este peligro que ahora se cierne sobre la libertad de expresión y sobre la prensa libre en Andalucía, en Cataluña y en toda España? Pues oponiéndote de entrada y sin reservas a la creación de ningún órgano político-administrativo que tenga que ver con los medios de comunicación.
No, la libertad de expresión y de información no necesita ningún CAC ni ningún CAA. Al revés, estos engendros burocráticos son, además de un pesebre absurdo y un gasto inútil de un dinero –insisto- coactivamente arrancado al contribuyente (un camarero que trabaja doce horas al día le está pagando el sueldo a Vázquez Medel), una amenaza potencial para la libertad de expresión.
Es lo de siempre. El poder es siempre malo. No se puede confiar en que quienes temporalmente lo ejerzan vayan a ser buenos porque, en cualquier momento ellos o los siguientes pueden ser malos. Lo mejor es asegurarse por medios políticos –limitando el poder- de que no van a tener ocasión de ser malos.
Toda esa retahíla de cosas que dicen que van a proteger Vázquez Medel y los otros no son más que excusas que inventan los liberticidas para tener más poder y, a la menor ocasión, hacer lo que siempre han querido: poder taparle la boca al que discrepa.
La libertad de expresión no puede tener otro límite que no sea el Código Penal, los jueces y el veredicto diario de los lectores. Todo lo que no sea eso es abrirle paso a los liberticidas. Es iniciar el camino de servidumbre del que nos habló Hayek.
Conozco a Manuel A. Vázquez Medel y estoy seguro de que cuando reflexione sobre lo que ha dicho se dará cuenta de esa barbaridad y rectificará. Es una persona respetable y respetuosa con la libertad.
Al revés que Mónica no creo que el poder sea siempre malo, lo que es malo es que esté en manos de los políticos y no de los ciudadanos. En definitiva que Vázquez Medel, y todos los demás, estén al servicio del camarero que trabaja 12 horas, y no el camarero al servicio de los políticos.
Es que, Luis, yo creo que en este caso el mejor servicio que el poder puede hacerle a ese camarero es dejar en su bolsillo el dinero que le cuesta mantener este chiringuito y cerrarlo inmediatamente.
Yo también opino que el poder debe estar al servicio del ciudadano, pero no se me oculta el hecho de que, por definición, el poder tiende a expandirse y extralimitarse. Justamente por eso creo en el gobierno limitado y en la necesidad de diseñar los sistemas políticos de manera que el gobernante esté sujeto no por su gusto ni por su buena fé, sino por la fuerza de las cosas. Vamos, de forma que el que quiera ser malo no tenga opción a serlo.
El único poder que realmente está al servicio del ciudadano es aquel que se ejerce de forma limitada y se dedica a sus asuntos, y no a crear pesebres y más pesebres a costa del pobre ciudadano, quitándole el fruto de su trabajo y su libertad.
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