Quimera
Es muy probable que, desde que nació, Marta sólo haya dado un portazo. Lo hizo el otro día. Le dio un portazo a su propia vida y se marchó. Deja al personal con el estruendo de esa despedida sin adiós, el espantoso ruido de un silencio impuesto. Nos deja con la amargura de haberla conocido y no haber evitado su muerte.
Marta, a sus veinticinco años, le ha dado un portazo a la vida. Tenía la nariz inquieta, los ojos brillantes y la sonrisa acentuada en los hoyuelos de la cara, tildes de su alegría. «Y el portazo sonó como un signo de interrogación», cantaba Sabina. Marta quizá se ha ido porque estaba sola. Eso me pareció cuando la conocí; eso pensamos todos cuando nos enteramos de su muerte. Que la soledad de estos tiempos es una pandemia que ningún organismo diagnostica. El primer mandamiento tendría que ser escuchaos los unos a los otros.
Dicen que ha sido víctima de un mal de amores, pero yo creo que nadie se muere de amor sino de incomprensión. «Esperar es una ocupación. Lo terrible es no esperar nada», decía Cesare Pavese. También él murió de amor. Como Larra. De amor siempre se ha muerto, es verdad, pero Marta no tenía ese final grabado en el subconsciente, como ellos. Marta ha sido, quizá, víctima de un tiempo acelerado, que no se detiene en escuchar. Nadie escucha a nadie. «Morir es duro, mas no poder morir, si todo muere, es más duro quizá». Lo escribió Cernuda. Desolación de la Quimera.
Le ha dado un portazo a su vida, la ha cerrado de golpe, y en el estallido se estremece esta ceguera nueva. Gente sola por la ciudad, que ya lo cantó Pedro Guerra. «Gente en el ruido y el humo de todos los bares./ Gente que en su corazón multiplica los panes./ Gente con ramos de flores./ Gente borracha de amores./ Gente que cava su fosa,/ que no puede más./ Pero qué sola está».
La globalización de la soledad, se diría. La sinrazón de una vida acelerada que no se puede detener en frustraciones cotidianas. Ni en amarguras pasajeras ni en desencantos ordinarios. La angustia es un nudo en la garganta, un trombo en esa parte del cerebro que gobierna nuestros sentimientos, un infarto de infelicidad.
«El exceso de información, de individualismo y de soledad nos tiene sobrecogidos y nos está convirtiendo en meros espectadores. Paradójicamente cuanto más sabemos del mundo y de otros mundos, más estamos perdiendo la memoria», le escuché una vez a José Chamizo, el defensor del pueblo, que navega a diario entre oleadas de soledad.
Marta le ha dado un portazo a la vida y, en el lugar en el que ella estuvo, los sitios que habitó, hoy sólo aparecen preguntas. Y en el aire se queda llorando una canción, una batalla perdida, una voz triste como ésa de Juan Perro que hoy suena por ti, arrastrándose por las aceras cuando, de madrugada, ya se ha cerrado el bar. «Fortaleza destruida./ No más tierra prometida./ Ni cadenas de pasión./ Corazón./ No más lágrimas».
Publicado en EL MUNDO de Andalucía el 24 de noviembre de 2005
2 Comments:
No hubo nadie que la mirara a los ojos?.
No hubo nadie que le despertara el deseo?.
No hubo nadie que le sacara una sonrisa?.
No hubo nadie que estuviera a su lado?, aunque fuera en silencio.
No hubo nadie que le descubriera una ilusión?
No, parece que no hubo nadie.
Qué bien escrbes, cabronazo. Este es de los que me hubiese gustado escribir a mí. El amigo de Madrid
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