Franco
Tenía miedo y salió huyendo. Sin más. Le hubiera gustado reaccionar como un héroe, pero salió corriendo a refugiarse en el primer portal que vio abierto. Y allí se quedó, en la penumbra, entre el ascensor y una hilera de buzones, disimulando con un puñado de propaganda que recogió del suelo. Desconcertado. El lo envolvía en metáforas, hablaba de un colapso de la adrenalina del corazón. Pero era miedo. Sin más.
Miedo a que le dieran una paliza. ¿Iba a ser, acaso, la primera vez que en aquellas mismas calles, en aquella misma plaza, se produjera una revuelta así? Cuando se habla de la memoria colectiva de los pueblos jamás reparamos en que son las frustraciones y lo temores los que anidan con más fuerza en cada uno de nosotros.Y aquella mañana de sábado, la angustia se le agolpó de pronto en la garganta, como un vómito de pánico.
Había, además, cierta predisposición suya a que algo así pudiera pasar. Nada más levantarse, se fue a comprar el periódico. Y sus temores se confirmaron a cinco columnas. «Cataluña ha agotado su margen de generosidad con las Españas». En el texto se vaticinaba que era la primera fase de una declaración de independencia.La verdadera memoria histórica es un poso de temores inconscientes, una alerta interior. Por eso corrió despavorido cuando, a lo lejos, oyó a una multitud que gritaba. «Franco, Franco, Franco».
Buscaba un refugio porque en aquellas mismas calles, en los aledaños de la Plaza del Duque y de la calle Sierpes de Sevilla, un puñado de falangistas también se echaron a la calle en el 36. «Y de pronto, sin que nadie advirtiera su procedencia, irrumpió en plena calle Sierpes un grupo de muchachos dando vivas a España y al Ejército», recuerda Manuel Barrios en un párrafo de su libro sobre Queipo de Llano. Días y noches de represión, de juicios sumarísimos. De muerte. De odio. «España es una cuenta pendiente, una venganza eterna», se dijo mientras corría, acosado por aquellos gritos de «Franco, Franco», que lo perseguían.
Angustiado, comenzó a leer las tarjetas de los buzones, por si reconocía a algún amigo. Hasta que oyó un revuelo en las escaleras.Pasos acelerados. También gritaban «Franco, Franco». Fue, quizá, cuando decidió rendirse. Estaba atrapado. Bajó los brazos y cerró los ojos para imaginarlos, con correajes y camisa azul. «Franco, Franco, Franco».
Cuando el estruendo de voces y pasos alcanzaba el último peldaño, estalló: «¡Aquí estoy. Creo en la libertad y creo en España!», dijo en voz alta. Momento solemne y ridículo, porque un grupo de chicas atónitas se quedó mirándolo. «¿Y éste rayado de dónde sale?», preguntó una de ellas. «Oiga, que nosotras vamos a ver a Franco, de Pasión de Gavilanes».
Al salir, prometió no contarlo a nadie. Se quedó pensando que la memoria histórica de España es un baúl revuelto de deudas pendientes y olvido. Miedos e inconsciencia. Sin más.
javier.caraballo@elmundo.es
Publicado en EL MUNDO de Andalucía el 3-10-2005
1 Comments:
Nosotros, los españoles, entreteniéndonos (?) con los "recuerdos", gastando energías en discusiones que, como indica Arcadi Espada, conducen a la melancolía, y mientras en Europa se discute sobre si el VII Programa Marco (I+D+I) llegará a una inversión de 72 mil millones de euros.
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