El florero
Todo sucedió en un instante, Griñán caminaba por los pasillos del hotel, entrada ya la madrugada, y al mirar para atrás, al girarse para ver la estela de sus pasos perdidos, un soplo de aire lo convirtió en un florero. Obró en él el maleficio de la mujer de Lot, petrificada de sal cuando desobedeció las ordenes expresas de Dios; Griñán, como aquella, se alejaba del congreso, esos salones de Sodoma, se apartó de los suyos y por la curiosidad de saber qué ocurriría, por experimentar un camino nuevo, por buscar su propio destino, se detuvo para mirar atrás, para corregir errores o para enmendar sus torpezas, y se convirtió en florero. El presidente del PSOE más florero que ha tenido nunca este partido es Griñán, porque todos saben que Griñán no tiene en el Partido Socialista ni la historia de Ramón Rubial ni el pedigrí de Manuel Chaves. Y sin historia ni pedigrí, el presidente del partido carece del único poder que se le otorga a ese cargo, el respeto de los demás.
Griñán no ha salido del congreso ni siquiera vencido, ha salido convertido en florero, que es quizá el peor pasaporte de un político para poder seguir adelante porque vive de prestado, porque lo han colocado ahí para que todos lo vean en ese pedestal de oropel; la presidencia del PSOE esta vez no es reconocimiento de una persona, de una trayectoria, sino símbolo y estampa de los que han sido derrotados en el congreso. A Griñán lo han empaquetado en la presidencia y ya debe saber, él y todo el Partido Socialista, que todo el poder al que podrá aspirar en el futuro dentro del PSOE se limita a ese cargo honorífico que él tendrá que ejercer sin el honor y el reconocimiento que se le concedía a sus predecesores. La presidencia de Griñán es una concesión envenenada, una distinción maléfica que sólo pueden idear las mentes calculadoras de aquellos a los que ha desafiado en la batalla a vida o muerte que representa cada lucha de poder, cada congreso de un partido político. Sí, ésa ha sido la jugada, asfixiar a Griñán en el mar de sus propias ambiciones, ahogarlo en la presidencia que él buscaba como símbolo de su triunfo y que ahora se ha convertido en el emblema de su ostracismo, de su nadería en el PSOE. Incluso en el supuesto de que pudiese ganar las elecciones andaluzas y seguir gobernando en la Junta, el recorrido de poder de Griñán en el seno del PSOE se agota aquí, se ha acabado este fin de semana, porque en el próximo congreso de los socialistas andaluces le pasarán la factura que ha quedado pendiente en este congreso de aire gélido y sangre caliente. Esa es la lógica política. Tras las elecciones de marzo, no tardará en llegar una alternativa a la secretaría general del PSOE andaluz; incluso con Griñán como presidente de la Junta de Andalucía volverá el discurso de la conveniencia de que partido e institución no deben estar en las mismas manos. Y Griñán tendrá que convivir con un secante en la organización. En el otro supuesto, si pierde las elecciones, si no logra mantener la presidencia de la Junta, entonces lo único que habrá que contar son las horas que tardará Griñán en dimitir de todo, incluso de sí mismo.
Iba por los pasillos y, al mirar atrás, Griñán quedó petrificado. Fue la voz de dios retumbó de nuevo más grave que nunca. “¿Y quién coño es ése en el PSOE?”. Sopló dios y Griñán se convirtió en florero para siempre.
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