Resignados
Lo dice la presentadora de televisión que hacía genuflexiones con la ceja en otras elecciones y que ahora ya no aparece por ningún foro. ¿Un cambio de gobierno? «Partiendo de que mandan los mercados, la ideología ha dejado de ser reseñable. Aquí los partidos son como los de fútbol y una vez que ganan parece que se olvidan de que su labor es representar a los ciudadanos. Ni Rajoy ni Rubalcaba ni Rosa Díez. A mí personalmente no me hace ninguna gracia ninguno». Lo dice un parado, militante de la agrupación socialista de Dos Hermanas, allí donde se celebró el mitin emotivo del reencuentro de Felipe González y Alfonso Guerra. Pero aquellos eran otros tiempos, y ahora, a este desempleado, ya sólo le mueve su tiesura de pan y espera: «Creo que no voy a votar a ningún partido. Ninguno me da confianza. Esta política no sirve para solucionar los problemas de los trabajadores. Y los que entran nuevos repiten los errores de los partidos mayoritarios. Esta democracia es sinónimo de ‘a ver cómo nos llenamos los bolsillos’». Lo dice, afligida, la escritora que en esta campaña se echa de menos a sí misma, que está apagada, como el noviembre gris, porque ya no provoca incendios como otras veces, que ni se mete con las monjas ni nada. «En la recta final de la campaña, ninguna crisis me parece más grave, tan triste, como el imperio de la resignación, la fuerza política que, según todos los indicios, será la gran ganadora del 20-N».
Resignados. Igual que en la campaña de las elecciones municipales la novedad social fue la irrupción de los indignados, en esta ocasión la revelación son los resignados, los votantes del PSOE que han bajado los brazos, que sólo esperan ya que se cierren las urnas, que se confirme la victoria del Partido Popular, para contar los escaños de la derecha, la mayoría absoluta que les ratificará lo que ya saben, que ganan los mercados, los poderes fácticos y todo eso; gana la derecha porque este mundo es así, esta crisis es así, y por eso no merece la pena ni acudir a votar, para qué, si ya se sabe; si todo está escrito, ellos, los mercados, los banqueros, han ocasionado la crisis y ahora imponen gobiernos en toda Europa. Y no nos queda más que la resignación. Resignados, sí, resignados.
Lo dice la presentadora y el parado, la artista y la escritora. Lo van proclamando todos y con los golpes de pecho de la resignación han soltado las últimas amarras con el candidato Rubalcaba. Cuando llega la resignación tan temprano a una campaña representa la desconexión final, definitiva, del candidato con su cuerpo electoral. Porque esa resignación es la justificación de cada uno de ellos para, el domingo, no acudir a votar; la resignación como excusa perfecta para explicarle luego a los colegas en el tajo porqué ha ganado la derecha; la resignación como pose teatral, dramática, para acudir a las entrevistas y desvelar conspiraciones. Y la resignación, también, como discurso para alimentar las tertulias del día siguiente, para construir un argumentario que explique la debacle en los congresos que han de venir. Esta campaña es ya la de los resignados.
La última vez que se anticipó tanto una victoria fue hace treinta años, en octubre de 1982. También entonces se impuso una idea, un maremoto que barrió cualquier otro discurso: la necesidad de cambio, el ansia de cambio. No hay que darle más vueltas. Por mucho que los resignados vayan proclamando otra cosa.
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