La duda
Después de pensarlo mucho, de darle vueltas y vueltas a la misma cuestión, Edward Malefakis, norteamericano, uno de los mejores hispanistas que existen, sólo pudo formular una duda en voz alta para dejarla así, en el aire: “Cualquiera sabe cómo se sale del felipismo”. Cómo sale el PSOE del felipismo, debe entenderse, porque el problema que atisbaba Malefakis cuando reflexionaba en un libro de conversaciones sobre el socialismo, de Tom Burns Marañón, es que la historia democrática en Europa lo que enseña es que los partidos que tienen la suerte de contar con un líder excepcional, de enorme prestigio, como fue el caso de Felipe González, arrastran luego la desgracia de no poder superar la sombra enorme que proyectan; se marcha el líder perfecto y nadie es capaz de llenar el vacío que deja. La identificación del partido político con el líder es tan abrumadora que cuando se desvanece el liderazgo, se resquebraja el partido y la organización entera vaga, perdida, desorientada, durante mucho tiempo. Hace quince años, en 1996, que Malefakis dejó esa duda en el aire, porque Felipe encaraba ya sus últimos meses como secretario general del PSOE, y hoy, con una sola mirada a los mítines de esta campaña electoral podemos comprobar que el Partido Socialista ha vuelto a esa duda de entonces. El regreso del ex presidente a la primera línea política de su partido, lo que plantea, antes que nada, antes que cualquier análisis coyuntural, es que el PSOE ha frustrado la transición que se inició con Zapatero; por eso, acabado y enterrado el zapaterismo, sólo puede regresar al pasado. Vuelta a la duda existencial de Malefakis: cualquiera sabe cómo se sale del felipismo. En esas está de nuevo el Partido Socialista.
¿Y cómo se sale? Pues, desde luego, por grandes que sean las dificultades, lo peor que puede ocurrir es esto de ahora, este regreso forzado a la nostalgia, un recurso sentimental que durará lo que dura la campaña electoral, entre otras cosas porque en política no parece que la nostalgia actúe como revulsivo del electorado. Pasarán las elecciones y el PSOE tendrá que enfrentarse a una renovación interna que, por la profundidad que requiere, podría asemejarse a la renovación del partido tras la dictadura de Franco. Aquel proceso interno que abanderó Felipe González cuando, en Suresnes, jubilaron a la vieja guardia que venía del exilio y presentaron a la sociedad española un partido nuevo. “¿Por qué se produce la renovación del partido en 1974? Pues porque había nuevas ideas, que eran mucho más próximas a nuestra realidad y que tenían un proyecto de futuro”. Esta reflexión de Felipe González es a la que tendrá que enfrentarse el PSOE en cuanto pase noviembre; la reflexión que se ha ocultado en los últimos quince años por el espejismo fútil de Rodríguez Zapatero, del que nada queda. Del felipismo se sale igual que del PSOE de Rodolfo LLopis, con un partido más cercano a los problemas reales de la ciudadanía.
“Son como los Beatles”, dijo uno de los oradores en el mitin del otro día, en Dos Hermanas, cuando contemplaba a Felipe González y Alfonso Guerra, de nuevo juntos en la tarima. Paul McCartney imaginó su futuro en una canción genial del Sargent Pepper: When I'm sixty four. “Cuando tenga sesenta y cuatro años (…) Aún me seguirás necesitando, todavía me seguirás alimentando”. Felipe ya va a cumplir setenta.
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