El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

06 noviembre 2011

La mano invisible




La globalización, a pesar del carácter ingobernable del fenómeno, responde siempre a secuencias de lógica intachables. En su mayoría, todo lo que ocurre es perfectamente explicable porque, por complejos que sean los acontecimientos, al final lo que se comprueba es que la globalización se rige por las reglas de juego más antiguas, aquellas que corresponden al carácter del ser humano. Como la ambición o el ansia de progreso. Lo único que varía es el ámbito de actuación, primero el continente, luego los mares y, ahora, todo el mundo; el rasgo diferenciador de la globalización sólo ése, que se han caído todas las barreras. Ni distancias ni fronteras. Y la consecuencia es que, por añadidura, lo que se han amplificado son las ventajas y los inconvenientes, los vicios y las virtudes, de la forma de actuar del ser humano. La sociedad más avanzada de la historia es, a la vez, la más injusta, no porque haya más pobreza o más desigualdad en el mundo, sino porque existen más medios para solucionarlo y porque se agranda la distancia entre quienes viven bien y quienes se retuercen en la miseria.

Paradójicamente, el único elemento que es capaz de compensar ese desequilibro creciente es la ambición desmedida del hombre. De la misma forma que Adam Smith nos aclaró que el mercado tendía siempre a equilibrarse por la mano invisible de la oferta y la demanda, la mano invisible de la globalización es la deslocalización de las empresas. Un buen día, una multinacional cierra la fábrica en su nación de origen y traslada toda la producción a un país que está en el otro extremo del mundo y que le ofrece mano de obra más barata. Gracias a esa secuencia repetida, miles de personas que antes vivían en la pobreza obtienen un puesto de trabajo; la oportunidad de adquirir conocimientos y técnicas que desconocían y, con unos ingresos estables, la sociedad, ese entorno paupérrimo, progresa sensiblemente. No tienen ni los mismos salarios ni los mismos derechos que los trabajadores que la multinacional ha despedido en el país del que procede, pero las expectativas de progreso social que se abren son mucho mayores que las anteriores. Sólo con la deslocalización de empresas pueden progresar los países en vías de desarrollo y, como el fenómeno no se detendrá ya que la multinacional siempre buscará abaratar sus costes, la ‘ventaja’ de la deslocalización se irá extendiendo a países más pobres.

Ayer, cuando la Junta de Andalucía anunció que rechaza el Expediente de Regulación de Empleo que ha planteado Visteón a toda su plantilla, varios cientos de obreros, un delegado del Gobierno andaluz explotó con una soflama: «es más barato producir en Marruecos o en Shangai, pero me niego a que los trabajadores de Cádiz estén en las condiciones en las que trabajan los de estos países. A ver si se enteran de una vez que están en España, con sueldos españoles y condiciones labores dignas». Perfecto, y hará bien el Gobierno en intentar impedir la marcha de la empresa, si está atada legalmente por compromisos adquiridos. Perfecto, sí, sólo una pregunta: ¿Se ha parado alguien a pensar por qué esa empresa, como otras muchas, cerró en su día su fábrica de Estados Unidos y despidió a los obreros para abrir una factoría en Andalucía? La deslocalización es imparable, no se puede combatir. La única alternativa para evitar la depresión es la de aprovechar el progreso que se le ofrece para que la sociedad avance a su vez en aquello que no puede suplir la mano de obra barata, la cualificación. Avanzar en tecnología, en conocimiento, en investigación. ¿Lo hemos hecho así? Quizá esté ahí la clave.

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1 Comments:

At 06 noviembre, 2011 17:35, Blogger Er Tato said...

Enhorabuena por el artículo.

Las declaraciones de Juan Bouza, el delegado provincial de Empleo -las que tú expones en tu artículo y algunas otras-, respecto del asunto Visteon son vergonzantes, pero no por su noble objetivo, sino por ser el resultado de la ignorancia y la ineptitud. Ponerle puertas al campo y mirarse el ombligo nunca ha sido la solución a la imparable globalización, por muchos golpes de pecho que se den.

Saludos

 

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