El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

01 febrero 2011

Revoluciones



Son distantes y opuestas, sí. Las unas pertenecen al mundo desarrollado y las otras surgen de la miseria, del tercer mundo. Son las protestas de estos días, las revueltas ciudadanas en varios países europeos y las revoluciones en el mundo árabe. En apariencia, nada tiene que ver las unas con las otras y, sin embargo, las dos comparten mucho más de lo que, quizá, podemos alcanzar a ver en este momento, tan cerca como estamos de los conflictos. Hará falta cierta perspectiva, y desde luego, más tiempo, hasta saber cómo acaba todo, para entender que todo esto no es mera coyuntura, sino que forma parte de un mundo nuevo, de una nueva era.

De momento, aún entre el humo y la polvareda, ya se pueden destacar dos elementos comunes en las protestas de Europa y los países árabes. El primero de ellos es una constante en la historia, los grandes conflictos sociales prenden entre los jóvenes con mayor facilidad. El segundo elemento común sí es nuevo en la historia, el protagonismo absoluto de internet en todos los momentos de la revuelta, antes, durante y después. Para convocar una protesta ya no son necesarios ni los imperios de comunicación, ni las organizaciones sociales o políticas. El liderazgo ahora se difumina en la convocatoria de una red social que, en cuestión de horas, puede congregar a cientos de miles de personas.

A partir de esas semejanzas, en las protestas de Europa subyace la desorientación de una civilización cansada; la vieja Europa alcanzó hace años las mayores cotas de derechos y bienestar que se han conocido, y ahora, perdida en los nuevos tiempos, pro primera vez en la historia marginada de las coordenadas del poder; primero fue, con Roma y Grecia, el Mediterráneo, luego el Atlántico, tras el Descubrimiento, y ahora el Pacífico, lo que nos sitúa por primera vez en un extremo del mundo. Para colmo, a los nuevos retos se enfrenta Europa con una clase política burocratizada y endogámica, anquilosada en la crisis de las ideologías. La protesta de los países musulmanes está en el otro extremo, en la escala básica del bienestar social. ‘Pan y libertad’, reclaman los jóvenes en Egipto, en Túnez o en Yemen en sus manifestaciones contra el sátrapa que ha acumulado riquezas y vejaciones durante veinte o treinta años en el poder.

Nos queda por conocer el final. Ahora lo que vislumbramos es que también en eso existen semejanzas, que en los dos conflictos estña muy claro el riesgo de involución. Sin liderazgos claros, tanto en Europa como en los países musulmanes el riesgo latente es la posibilidad de que sean extremistas y fundamentalistas quienes, al final, saquen provecho de las algaradas. La irrupción inesperada de los extremismos en países como Suecia o Suiza ya ha comenzado a apuntar ese peligro. En el caso de las revueltas islámicas, el riesgo está en el silencio que se percibe ahora: los únicos que no se han hecho notar todavía son los fundamentalistas. Como si los talibanes estuvieran agazapados, a la espera.

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