El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

20 septiembre 2010

Sífifo dichoso



Hay un aspecto en el peregrinaje eterno de Sísifo que bien podría valer para compararlo a una democracia. En ese constante ir y venir que lo lleva a arrastrar una piedra desde el valle hasta la cumbre, para que la mole se despeñe otra vez hacia la ladera y vuelta a empezar para escalar otra vez con el peñasco, podemos encontrar algunos de los valores esenciales de una democracia, la certeza de que el esfuerzo nunca se acaba, de que la tarea nunca se completa. La idea de que siempre se ha de volver a empezar. Esa imagen de Sísifo, que está muy alejada de la condena del personaje mitológico, la han utilizado algunos pensadores para rescatar un ‘Sísifo dichoso’, capaz de superar las adversidades y tener la fortaleza de comenzar de nuevo su trabajo, de renovarse a sí mismo sin dejarse batir por el cansancio ni las adversidades. Si lo vemos de esta forma, la democracia tiene que ser ese ‘Sísifo dichoso’ porque siempre tiene que estar dispuesta a comenzar, a avanzar sin mirar atrás; cambiar para continuar. También la democracia es saber comenzar de nuevo, sin bajar los brazos, aún sabiendo que nunca se alcanzará el estado ideal. Y se instala entre todos la evidencia de que, cuando se culmina un ciclo, no se trata del final sino del principio de una nueva etapa. De ahí la necesidad básica de la alternancia.

Por esa certeza de que el verdadero aceite del engranaje de una democracia es la alternancia, no ha habido un lema electoral más repetido que el anuncio y la promesa del cambio. El cambio lo encarnaba Adolfo Suárez a la muerte del dictador, Felipe González lo convirtió en una fuerza arrolladora, Aznar lo utilizó con ‘lluvia fina’ en la degeneración del felipismo y, de forma abrupta, irrumpió en la vida política de Zapatero tras aquel atentado infame, sangriento y desolador. Ahora, como ayer en Antequera, los dirigentes del PP nos hacen ver que la piedra ha vuelto a caer al valle y nos ofrecen el mismo lema, «cambio», para comenzar de nuevo. Es así, debe ser así: alternancia y revitalización de la idea misma de una democracia, con nuevos impulsos, con nuevas maneras, con nuevas personas.

Lo que ocurre es que el cambio en una democracia no es un objetivo en sí mismo: el cambio necesita de propuestas nuevas. González lo sintetizó con una idea simple: cambiar para que España funcione. La necesidad urgente del Partido Popular, tanto en España como en Andalucía, es la de conectar la idea de cambio con la propuesta clara de lo que se quiere cambiar. El mitin de ayer de Antequera, como el de hace un año en Dos Hermanas, tiene para el Partido Popular el valor sociológico de presentarse ante la sociedad andaluza como un partido político capaz de movilizar a miles de personas; el mitin es un ‘quita complejos’ frente al partido único, el discurso único y el miedo de régimen. Pero, una vez logrado eso, falta lo esencial: ¿cambio para qué?

Es verdad que la «gran poda» de la burocracia política anunciada ayer por Rajoy y Arenas avanza por ese camino de propuestas de cambio con contenido. Pero es insuficiente. Quizá lo que exige el momento político y económico sea una revolución mayor, una osadía mayor, un atrevimiento mayor. Hasta entonces, las encuestas dirán, como ahora, que el PP avanza, pero sobre todo por el deterioro de su rival. Y eso, en fin, es lo peor que nos puede pasar. Ya dijo Bertolt Brecht que «la crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer». En esas andamos. A la búsqueda de Sísifo dichoso.

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