El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

03 septiembre 2010

Rumanos



Ya nadie les escribe poesías a los gitanos. Ni siquiera los poetas consagrados de la progresía se acuerdan de ellos en sus versos por mucho que la musa de la inspiración haya descendido a ras de suelo, “Tú me llamas, amor, yo cojo un taxi”. No, nadie les escribe ya versos de verde aceituna, versos de caballos a galope huyendo de una venganza, de un amor o de la guardia civil; ya nadie se detiene con metáforas en los ojos rasgados de una gitana morena, de pechos ardientes y la faca escondida en el talle de la falda. Ni Lorca resucitado podría componer ahora sus versos a los gitanos, porque lo condenarían al instante, poeta racista y xenófobo: “Huye luna, luna, luna./ Si vinieran los gitanos,/ harían con tu corazón/ collares y anillos blancos”. Nadie compone ya canciones para los gitanos porque los gitanos, esos gitanos de la copla, ya no son de este tiempo. Ni de este siglo.

Puede que en otro tiempo, en otra España, la sociedad asimilara como algo natural a esos gitanos de carromato y campamento, de niños descalzos con mocos y abuelos orondos en silla de anea. Pero ese tiempo ya ha pasado, y el romanticismo con el que se envuelve el nomadismo de los gitanos lo único que consigue es camuflar y esconder la vulneración de derechos fundamentales de los más débiles de esa etnia. El analfabetismo, la explotación, la desigualdad entre hombres y mujeres no pueden encontrar excusas culturales en ningún país desarrollado. Y, si no queremos seguir engañándonos, los campamentos de gitanos en el extrarradio de las ciudades eso es, fundamentalmente, lo que esconden. El Estado de Derecho que impera en una democracia tiene que imponerse en todos los colectivos, sea cual sea su raza, su religión o sus costumbres. Y sin embargo sabemos, que no es así, que mientras a una mujer con problemas de alcoholismo, la administración no duda un instante en retirarle la patria potestad, no ocurre lo mismo cuando se trata de niños gitanos que malviven en chabolas.

Tras lo ocurrido en Francia, con la orden de Zarkozy de desmantelar los campamentos de cientos gitanos, en España las autoridades ya saben que lo que podemos esperar en los próximos meses es que aumente la llegada de gitanos rumanos a las ciudades españolas. Cuando eso ocurra, que ocurrirá, el debate volverá a girar otra vez, como ha ocurrido con Francia, por falsos raíles de respeto a la raza gitana y a sus costumbres, cuando no es ni la xenofobia ni es racismo lo que debe anteponerse a cualquier rechazo a los campamentos gitanos. No es su raza sino la vulneración de los derechos los que tienen que anteponerse en la prohibición y el desmantelamiento de los campamentos gitanos. Si lo miramos exclusivamente desde ese punto de vista y, en consecuencia, si se afronta esa realidad como algo incompatible con una democracia, esteremos evitando, además, que el populismo racista pueda anidar en la sociedad. Ya no hay versos de gitanos porque ese aire romántico ya se lo llevó hace mucho el viento de la historia, de la civilización, del progreso.

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