El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

28 septiembre 2010

Desnudos



Fue un viejo policía de homicidios, el inspector Curioles, quien me alertó de los pinchazos telefónicos. Acabábamos de tomar café en una de esas tabernas inmundas a las que acudía para sentirse libre entre la gente que ya lo había perdido todo y sólo le quedaba el consuelo de la barra. Se bebió de un trago una copa de Magno, aplastó con el pulgar la colilla del ducados y me miró fijamente: «Cualquiera puede rehabilitarse de una condena, pero nadie se repone de una grabación telefónica». Aquel tipo sabía lo que decía, después de tanto tiempo detrás de violadores y carteristas, psicópatas de guante blanco y ladrones de medias negras, lo pusieron a investigar un caso de corrupción y quedó espantado de la ingenuidad de los delincuentes políticos. «Se piensan que hablan por teléfono y nadie los escucha y, luego, cuando se ven en las grabaciones, transcritos en un atestado policial, ya no se reponen jamás de esa condena».

Sí, es así, porque una sentencia tiene siempre matices y recursos, interpretaciones jurídicas y justificaciones legales, de forma que esos tipos, expertos en envolverlo todo en una maraña de palabras, expertos en simulación y oscuridad, son capaces de mirarte a los ojos y negar cien veces que han sido condenados por cobrar comisiones ilegales. Se suben a una tribuna y, además de negarlo, querrán que la gente de apiade de ellos. Todo cambia cuando los han sorprendido en una grabación telefónica. Cuando un policía, como hacía el inspector Curioles, se sentaba delante de la Olivetti y transcribía el lenguaje chusco y grosero de esos tipos, ya no hay justificación ni simulación posible. El lenguaje de los implicados en un caso de corrupción política es el que nos da la verdadera dimensión de esa inmundicia. Como las cintas del Malaya, «que no soltamos ni un puto papel si no nos pagan, que es que yo ya estoy en plan germánico». Y luego se repartían el dinero en sobres de colores.

Por eso, la primera batalla de un proceso penal por corrupción siempre será la de la nulidad de las escuchas telefónicas. Después de que en el ‘caso Ollero’ los abogados le ganaran la partida a la propia evidencia, la evidencia de haber trincado a un tipo con un maletín cargado de billetes y quedar libre por la anulación de las escuchas telefónicas, después de aquello, todas las defensas piden al iniciarse el juicio que se anulen las grabaciones. Como ayer en el ‘caso malaya’. Sólo que esta vez, para desgracia de las defensas, esa batalla ya se ha librado; la resolvió el Tribunal Supremo en una pieza separada del ‘caso Malaya’, la del juez Urquía, y ya estableció entonces que las escuchas eran legales. Lo han intentado para borrar la condena mayor de verse desnudos frente a todos, sin nada que poder decir para explicar la crudeza con la que se narra la corrupción en esos atestados policiales.

Yo le expliqué al inspector Curioles que no era la ingenuidad lo lleva a un político corrupto a hablar por teléfono como si nadie lo estuviera oyendo, que era la soberbia del poder, ese estado mental de prepotencia en el que esa gente se considera intocable, inmune a todo. Se lo dije, pero ya no me prestaba atención. De tanto ver, esos policías siempre se han perdido en el pozo de su propia mirada.

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