Auge radical
En la apacible Suecia, cuna de la socialdemocracia, tierra prometida del estado del Bienestar, abanderada desde hace decenios, como los demás países nórdicos, de los índices de desarrollo humano (los que se miden por parámetros de progreso como la calidad de la educación, los elevados niveles de renta o la esperanza de tener una vida larga y saludable), en ese paraíso de civilización la extrema derecha acaba de entrar por primera vez en el Parlamento y la socialdemocracia ha sufrido su mayor derrota en noventa años. En esa Jauja a la que todos aspiramos, un joven de 31 años, con modernas gafas de diseño, elegantes trajes y educados modales, le ha colocado a la extrema derecha una etiqueta suave de presentación, ‘Demócratas de Suecia’, y ha revestido el radicalismo de una inquietante naturalidad. El mensaje que trasladaba era sencillo: se trata de que Suecia siga siendo Suecia. Si nos hemos pasado la vida defendiendo el modo de vida de Suecia, ¿alguien puede ponerle reparos a que Suecia siga siendo Suecia?
Luego colocó un anuncio en televisión que, más que propaganda electoral, parecía un cortometraje de Alfred Hitchcock. Una anciana camina por una acera con la ayuda de un caminador, uno de esos bastones de cuatro patas. Todo parece normal hasta que se percibe un gesto de angustia en la anciana: camina con el paso acelerado y la respiración entrecortada. Hay un semblante de miedo en su cara, muy pálida. Sin detenerse, la anciana mira hacia atrás nerviosa y, con su cabeza, la cámara gira también para que el espectador descubra a sus espaldas un numeroso grupo de mujeres cubiertas con velos negros que empujan, a grandes zancadas, cochecitos infantiles. El anuncio termina cuando esas mujeres con burka o con velo negro alcanzan a la anciana desvalida, la superan y, finalmente, desaparece de la escena. Entonces una voz en off remata la faena: "La política es cuestión de prioridades. El 19 de septiembre tú decides si recortamos las pensiones o recortamos la inmigración".
La brutalidad del reportaje se evidencia con el único dato de que la población extranjera que reside en Suecia sólo alcanza el catorce por ciento (en Andalucía, muchos municipios triplican y cuadruplican ese porcentaje), pero ha sido suficiente para que ese partido radical supere las encuestas haya conseguido casi el seis por ciento de los votos. La cuestión, por tanto, a mi juicio, no está tanto en censurar, como se hace, que “una ola xenófoba” ha sacudido Suecia, que es la salida más facilona, sino en encontrar explicaciones de por qué los partidos tradicionales dejan de aparecer ante una parte del electorado como respuestas a sus problemas más comunes. La inmigración, la crisis económica, la inseguridad o el deterioro de algunos valores tradicionales. El problema es de la política, no de la sociedad.
Es más, nos equivocamos si pensamos que la irrupción de la extrema derecha es consecuencia de la radicalización de la derecha convencional, con lo que la izquierda evita cualquier autocrítica. En Suecia, de hecho, la socialdemocracia ha gobernado casi en exclusiva: seis décadas de gobierno en los últimos setenta a. Si Suecia, la moderada, tolerante y liberal Suecia, era hasta ahora el paradigma de nuestros sueños de progreso, a partir de ahora también debería servir de ejemplo de nuestras pesadillas de involución.
Etiquetas: Inmigración, Política, Sociedad
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