El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

20 mayo 2009

Tranquilidad


De acuerdo a las marrullerías que son marca de la casa, un propio se ha metido en internet para modificar la enciclopedia de historia más famosa de la red, wikipedia, y enmendarle el final al ‘caso Guerra’. Ahora, según esa nueva versión, lo que ocurrió en aquellos años fue lo siguiente: «Finalmente, en 1995, Juan Guerra sólo fue condenado por un delito fiscal. (...) Los medios jamás se disculparon por las múltiples acusaciones vertidas, ni Juan Guerra recibió indemnización alguna».

Este burdo estrambote, tan grosero como lo vivido aquellos años, viene a recordarnos otra vez que Internet es, desde luego, una colosal herramienta de nuestros días tan imprescindible como imprecisa. Pero, sobre todo, ese final artero lo que refleja es la inagotable capacidad de maniobra de este personal para subvertir la historia, modificarla a su manera, y colocarse siempre de víctimas inocentes de conspiraciones de la historia. ¿Habrá que tener cara dura para reclamar una indemnización a Juan Guerra? Encima, o sea. En fin, la única realidad es que si Juan Guerra sólo resultó condenado por un delito fiscal fue porque el tráfico de influencias se estableció como delito en el Código Penal , a raíz de aquel primer gran caso de corrupción. Se benefició de haber sido el primero, nada más. Todo lo de aquellos años existió, los cafelitos de su despacho y los maletines de Filesa, los mangantes de la Guardia Civil y las comisiones del ‘caso Ollero’ en la autovía que lleva a Málaga.

Aún sin regulación penal, en aquel momento fue el alcalde socialista de Barbate, Serafín Núñez, quien mejor definió el delito: «Hombre, no es lo mismo que te llame el hermano del vicepresidente que cualquier otra persona». Serafín Núñez sabía, además, de lo que hablaba: Le prometieron un cargo a cambio de una recalificación y, al verse engañado por Juan Guerra, denunció en la prensa lo que estaba pasando.

Y todo el mundo lo entendió porque el nepotismo y el sectarismo suelen pasear juntos por muchos episodios de la historia. Ocurrió igual que cuando EL MUNDO denunció el escándalo de Climo Cubierta, tres hermanos alineados, como cangilones de una noria, y una empresa final hasta la que llegaban los contratos de la Junta de Andalucía. Se denunció en estas páginas y los hermanos Chaves volvieron a ponernos una querella y volvieron a perderla en los tribunales. Acusaban a este periódico de ser «un libelo panfletario» y que todo era falso. En dos sentencias consecutivas, la Justicia dijo lo contrario: que las informaciones eran «veraces, relevantes y proporcionales» y que un dirigente político «debe soportar las críticas o las revelaciones aunque duelan, choquen, inquieten o sean especialmente molestas o hirientes».

Ayer, el PSOE empaquetó a Leo Chaves, lo sacó de la Junta y lo facturó con destino a cualquier otro despacho con sueldo público. Y el departamento de historia subvertida del PSOE ya se ha puesto en marcha. Ojo a lo que decían en la radio amiga; las indicaciones entre paréntesis son mías, el resto es literal: «Algún periódico le ha puesto como los trapos (a Leo Chaves) y la prueba (?) de que no era un enchufado es que ha sido destituido, con total naturalidad (???) Lo lamentable es que los que han puesto en circulación esas historias están tan tranquilos».
Pues sí señora, tranquilos. Mucho. La tranquilidad de conciencia es así, se transmite a todo el ánimo, a todo el cuerpo. Es lo que tiene la dignidad, la vergüenza y la transparencia. Y las denuncias ganadas en los tribunales. Eso también, claro. Tranquilidad.

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