Recolonizar
Pasamos por alto una circunstancia estremecedora: un año después de la crisis económica, la llegada de pateras no se frena. Acaso pensábamos que la llegada masiva de inmigrantes africanos a la costa española se debía a la prosperidad económica, el reflejo deslumbrante del boom de las empresas de la construcción y a las grandes oportunidades de empleo que se encontraban por doquier, en la obra, en el tajo o en el bar. Pero se hundió la construcción, se disparó el paro, y se arruinaron las expectativas y los inmigrantes y siguen llegando pateras con inmigrantes, por decenas o por cientos, como este fin de semana, como tantos otros.
En esas, produce escalofríos pensar que ésta ocurriendo en Málaga, en Almería o en Huelva, donde sólo el paro de los inmigrantes legales se multiplica de forma vertiginosa y alcanza porcentajes de vértigo. Pero eso, ya digo, son los ‘inmigrantes legales’, qué ocurre con los ilegales, los que ni siquiera aparecen en las estadísticas y malviven ocultos en campamentos ambulantes. ¿Cuántos inmigrantes ilegales puede haber bajo el inmenso mar de plásticos del Poniente de Almería? Nadie jamás ha contestado a esa pregunta porque es probable que nadie lo pueda saber. Ni cuántos hay ni cómo viven. Pero están.
Hemos pasado por alto la circunstancia aterradora de que ni la crisis económica más devastadora del último medio siglo logra frenar la inmigración ilegal y, si en tiempos de bonanza, ya era necesario que los países ricos se replanteasen sus políticas de inmigración, en las actuales circunstancias la urgencia es extrema. Pero, ¿qué se puede hacer? Porque podemos pensar que, en realidad, la inmigración ilegal es un ‘efecto colateral’ de la globalización y que, de la misma manera que la pobreza forma parte del sistema capitalista, el tráfico de inmigrantes es un elemento más de esta nueva era. Y como lo que no está en cuestión es ni la globalización ni las economías de mercado, lo uno y lo otro, la pobreza y la inmigración, seguirán existiendo como elementos consustanciales a nuestro modo de vida.
Para muchos, la única salida es la de endurecer las políticas de inmigración, eliminando incluso algunas garantías del Estado de Derecho cuando se trata de detención de inmigrantes ilegales. Pero es un error, porque ya hemos concluido antes que el fenómeno de la inmigración es imparable. No. La salida, si es que existe, debe pasar necesariamente por el cuestionamiento de las políticas actuales de ayudas de cooperación, absolutamente inoperantes. Un profesor de la Universidad de Nueva York, William Easterly, ha llegado a la conclusión, tras analizar el destino de los miles y miles de millones de dólares que se destinan anualmente a África (20.000 millones al año), de que ese enorme caudal de dinero sólo sirve para alimentar la corrupción y perpetuar el subdesarrollo.
Hace unos días, una monja española, Presentación López, que perdió las piernas por la explosión de una bomba en la guerrilla de los rebeldes tutsis en el Congo, aportaba una receta llamativa: “igual que se repartieron el continente para colonizarlo, que ahora se repartan el compromiso de hacerlo próspero”. Con crisis o sin ella, con posibilidades de empleo o sin ellas, con leyes permisivas o con normas abusivas como las aprobadas por la Unión Europea, los inmigrantes africanos van a seguir llegando a la costa española. Recolonizar, sí. Por qué no. Antes que cruzarse de brazos o insistir en políticas inútiles, por qué no.
En esas, produce escalofríos pensar que ésta ocurriendo en Málaga, en Almería o en Huelva, donde sólo el paro de los inmigrantes legales se multiplica de forma vertiginosa y alcanza porcentajes de vértigo. Pero eso, ya digo, son los ‘inmigrantes legales’, qué ocurre con los ilegales, los que ni siquiera aparecen en las estadísticas y malviven ocultos en campamentos ambulantes. ¿Cuántos inmigrantes ilegales puede haber bajo el inmenso mar de plásticos del Poniente de Almería? Nadie jamás ha contestado a esa pregunta porque es probable que nadie lo pueda saber. Ni cuántos hay ni cómo viven. Pero están.
Hemos pasado por alto la circunstancia aterradora de que ni la crisis económica más devastadora del último medio siglo logra frenar la inmigración ilegal y, si en tiempos de bonanza, ya era necesario que los países ricos se replanteasen sus políticas de inmigración, en las actuales circunstancias la urgencia es extrema. Pero, ¿qué se puede hacer? Porque podemos pensar que, en realidad, la inmigración ilegal es un ‘efecto colateral’ de la globalización y que, de la misma manera que la pobreza forma parte del sistema capitalista, el tráfico de inmigrantes es un elemento más de esta nueva era. Y como lo que no está en cuestión es ni la globalización ni las economías de mercado, lo uno y lo otro, la pobreza y la inmigración, seguirán existiendo como elementos consustanciales a nuestro modo de vida.
Para muchos, la única salida es la de endurecer las políticas de inmigración, eliminando incluso algunas garantías del Estado de Derecho cuando se trata de detención de inmigrantes ilegales. Pero es un error, porque ya hemos concluido antes que el fenómeno de la inmigración es imparable. No. La salida, si es que existe, debe pasar necesariamente por el cuestionamiento de las políticas actuales de ayudas de cooperación, absolutamente inoperantes. Un profesor de la Universidad de Nueva York, William Easterly, ha llegado a la conclusión, tras analizar el destino de los miles y miles de millones de dólares que se destinan anualmente a África (20.000 millones al año), de que ese enorme caudal de dinero sólo sirve para alimentar la corrupción y perpetuar el subdesarrollo.
Hace unos días, una monja española, Presentación López, que perdió las piernas por la explosión de una bomba en la guerrilla de los rebeldes tutsis en el Congo, aportaba una receta llamativa: “igual que se repartieron el continente para colonizarlo, que ahora se repartan el compromiso de hacerlo próspero”. Con crisis o sin ella, con posibilidades de empleo o sin ellas, con leyes permisivas o con normas abusivas como las aprobadas por la Unión Europea, los inmigrantes africanos van a seguir llegando a la costa española. Recolonizar, sí. Por qué no. Antes que cruzarse de brazos o insistir en políticas inútiles, por qué no.
Etiquetas: Crisis, Economía, Inmigración, Sociedad
5 Comments:
Entonces, ¿descartamos el tan llevado y traído "efecto llamada"?¿Aceptamos que la inmigración no es fruto de lo bien que vivimos nosotros sino de lo mal que viven ellos?.
Dime Javier, ¿qué hacemos con las toneladas de papel y hectómetros cúbicos de tinta que se han derrochado acusando a no se quien del fenómeno de la inmigración para sacar tajada política?
Ahora no es el momento de recolonizar, ahora, y no ahora sino 10 o 20 años atrás o quizá 40, es el momento de devolver al continente Africano lo que "tomamos prestado"
Vamos a ver, yo no he tomado nada prestado del continente africano. Copio y pego alguién que escribió muy bien lo que pienso:
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Que hubo un rey belga que expolió el Congo, será cierto, que hasta la "socialistareal" URSS sacó tajada también parece cierto. Pero sobre mis espaldas sólo admito aquello que sea de mi responsabilidad. ¿O es que ahora no soy antipatriota, y hace unos meses si lo era?. ¿Soy el responsable también de que el Informe PISA coloque a la Enseñanza Secundaria en Andalucía en la cola de Europa?. Ya digo, a mi trabajo acudo...
Ahora mismo los grandes dueños de las materias primas de África son los chinos.Si,sí,los chinos.
Y como apuntan por ahí arriba, yo a mis 32 años, tampoco me siento especialmente responsable directamente de lo que pasa en África y en general en el tercer mundo.La mayoría de los líderes africanos y de oriente medio son personas formadas en las mejores universidades europeas y americanas.¿Tan poco han aprendido?.Cooperación e inversión,si, limosnas no.
josevillano77, quizá no me explique, el devolver lo prestado es precisamente eso, invertir y cooperar, no dar la limosna.
Si,si Salvador,te entendí,no lo decía por tu comentario.
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