Quiremos Justicia
Llevaban carteles blancos y velos negros. «Quiremos Justicia», se leía en las cartulinas, con letras mayúsculas. Estaban en la puerta de la Audiencia de Cádiz y la Justicia que reclamaban era la libertad de los padres de la niña mauritana que fue obligada por sus progenitores a casarse con un primo lejano, veintiséis años mayor que ella. Cuando tenía catorce años, a Selamha Mint Mohamed sus padres se la llevaron a Mauritania y le allí le explicaron la tradición. ‘Hoy vas a casarte’.
El trámite de la boda sería lo de menos, incluso para ella. Lo peor viene después, cuando se pone el sol, se van los invitados del banquete, y el primo-marido, ese viejo desconocido, le señala el lecho. Podemos imaginarla en un rincón del dormitorio, muerta de pánico, sentada con las piernas cruzadas, abrazandose con fuerza a sus rodillas. Hasta que llega la madre y la obliga a desnudarse.
Luego vuelta a España, al colegio en el que estaba escolarizada porque Selamha nació en Puerto Real. En el recreo, ni una lágrima, que ninguna amiga la note triste, ni un comentario del viaje a Mauritania, que ningún chico sospeche nada. ¿Cómo explicar que te han obligado a casarte con un primo de cuarenta años al que no conoces de nada?
Mientras no esté él, la angustia es una cárcel de puertas abiertas, soportable porque todos los días, al despertar, las pesadillas se desvanecen. Hasta que una mañana, suena la puerta de casa, y aparece otra vez el primo, que ha regresado de Mauritania. «Me encerraron en una habitación con él. Yo me resistía, pero mis padres me decían que me matarían. Mi padre me decía que me iba a lapidar. Y que la primera piedra la iba a tirar él».
Dicen las crónicas que entonces, la pequeña Selamha Mint Mohamed, desesperada, se armó de valor, atendió los consejos de una vecina, y denunció a los padres y al marido impuesto. El juicio se ha celebrado en la Audiencia de Cádiz y la sentencia condena al padre a un año y seis meses de prisión por amenazas, a la madre, a 17 años y al marido a 13 años, ambos por agresión sexual.
«Quiremos Justicia», gritan en la puerta de la Audiencia las mujeres mauritanas. También ellas, probablemente, dejaron sus sueños de adolescente en la cama en la que ellas lloraban y ellos gemían. ‘Selamha debe respetar la tradición’, dicen ellas. Y lo exige el imán de la Gran Mezquita de Nuackchot, la prensa mauritana y el Gobierno de Mauritania. «Si la Justicia mauritana no puede encarcelar a un español por beber alcohol en nuestro país, los españoles no pueden juzgar en nuestro nombre supuestos extravíos sociales», dice el diario Le Renovateur. «La Justicia española tienen que tener en cuenta las especificidades culturales y religiosas de Mauritania», dice el embajador. «Los padres se han limitado a cumplir la ley islámica», dice el imán. En vez de silencio, como ahora, ahí tiene la Alianza de Civilizaciones una gran oportunidad para explicarnos su teoría, esa peligrosa nadería que equipara cultura y civilización, porque Mauritania forma parte de esa alianza.
Se llama Selamha Mint Mohamed. Y no, no se trata de alianzas, porque culturas y costumbres hay muchas, sí, y no todas son respetuosas con los Derechos Humanos, civilización, en cambio, sólo hay una, la que ha llevado al hombre a las más altas cotas de igualdad, de libertad, de justicia y de progreso de toda la historia. Los bárbaros llegan a la Audiencia con carteles blancos y velos negros. «Quiremos Justicia». Que nadie se calle aquí, ‘Con Selamha ya se ha hecho Justicia’.
El trámite de la boda sería lo de menos, incluso para ella. Lo peor viene después, cuando se pone el sol, se van los invitados del banquete, y el primo-marido, ese viejo desconocido, le señala el lecho. Podemos imaginarla en un rincón del dormitorio, muerta de pánico, sentada con las piernas cruzadas, abrazandose con fuerza a sus rodillas. Hasta que llega la madre y la obliga a desnudarse.
Luego vuelta a España, al colegio en el que estaba escolarizada porque Selamha nació en Puerto Real. En el recreo, ni una lágrima, que ninguna amiga la note triste, ni un comentario del viaje a Mauritania, que ningún chico sospeche nada. ¿Cómo explicar que te han obligado a casarte con un primo de cuarenta años al que no conoces de nada?
Mientras no esté él, la angustia es una cárcel de puertas abiertas, soportable porque todos los días, al despertar, las pesadillas se desvanecen. Hasta que una mañana, suena la puerta de casa, y aparece otra vez el primo, que ha regresado de Mauritania. «Me encerraron en una habitación con él. Yo me resistía, pero mis padres me decían que me matarían. Mi padre me decía que me iba a lapidar. Y que la primera piedra la iba a tirar él».
Dicen las crónicas que entonces, la pequeña Selamha Mint Mohamed, desesperada, se armó de valor, atendió los consejos de una vecina, y denunció a los padres y al marido impuesto. El juicio se ha celebrado en la Audiencia de Cádiz y la sentencia condena al padre a un año y seis meses de prisión por amenazas, a la madre, a 17 años y al marido a 13 años, ambos por agresión sexual.
«Quiremos Justicia», gritan en la puerta de la Audiencia las mujeres mauritanas. También ellas, probablemente, dejaron sus sueños de adolescente en la cama en la que ellas lloraban y ellos gemían. ‘Selamha debe respetar la tradición’, dicen ellas. Y lo exige el imán de la Gran Mezquita de Nuackchot, la prensa mauritana y el Gobierno de Mauritania. «Si la Justicia mauritana no puede encarcelar a un español por beber alcohol en nuestro país, los españoles no pueden juzgar en nuestro nombre supuestos extravíos sociales», dice el diario Le Renovateur. «La Justicia española tienen que tener en cuenta las especificidades culturales y religiosas de Mauritania», dice el embajador. «Los padres se han limitado a cumplir la ley islámica», dice el imán. En vez de silencio, como ahora, ahí tiene la Alianza de Civilizaciones una gran oportunidad para explicarnos su teoría, esa peligrosa nadería que equipara cultura y civilización, porque Mauritania forma parte de esa alianza.
Se llama Selamha Mint Mohamed. Y no, no se trata de alianzas, porque culturas y costumbres hay muchas, sí, y no todas son respetuosas con los Derechos Humanos, civilización, en cambio, sólo hay una, la que ha llevado al hombre a las más altas cotas de igualdad, de libertad, de justicia y de progreso de toda la historia. Los bárbaros llegan a la Audiencia con carteles blancos y velos negros. «Quiremos Justicia». Que nadie se calle aquí, ‘Con Selamha ya se ha hecho Justicia’.
Foto: Diario de Cádiz.
También: Emilio Morenatti.
Etiquetas: Alianza de Civilizaciones, Feminismo, Islamismo, Sociedad
1 Comments:
Claro que sí, con Selamha se ha hecho Justicia, faltaría más.
Pero existen niños pequeños enseñados, musulmanes machistas que disfrutan del sistema de Educación en nuestro País, que no estudian, que se dedican a insultar y molestar a los que quieren estudiar.
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