Coños
Coño y coñazo. El coño como interjección, el coño como muletilla y el coño como exclamación. Coño honrado, coño triste y coño alegre. El coño recorre y define todos los estados de ánimo como si fueran las estaciones de la vida; la demostración palpable de que la teoría gravitatoria de Galileo se queda incompleta si no se le añade que la Humanidad gravita en torno al astro rey de la entrepierna de una mujer. Encoñados y descoñados, los unos presos de amor, los otros muertos de risa. ‘Ay, coño’, cuando sufrimos; ‘Qué coño’, cuando nos rebelamos; ¡No, coño, no!, cuando nos exasperamos.
El coño de Tejero y el coñazo de Rajoy; el coño en España. El coño del teniente coronel bigotudo al entrar en el Congreso blandiendo la pistola, ‘se sienten, coño’, es la referencia clave de la Transición, el antes y el después. Allí comienza la madurez de la sociedad española, a partir de aquel bufido del golpista que se expandió rápido por la sociedad estupefacta como una ráfaga de metralleta. Aquel coño fascista y autoritario es la línea divisoria.
Lo que va del coño de Tejero al coñazo de Rajoy es lo que separa aquella España casposa que salía del franquismo de la España europea de estos días. Del coño al coñazo transcurre el paso de una España a otra. ¿Quién iba a pensar hace treinta años que sería el líder de la derecha española el que acabaría bostezando en el desfile de las fuerzas armadas? En el día de la fiesta nacional, al paso compulsivo de la Legión o durante el inquietante temblor de las cadenas de los tanques. Si la derecha española bosteza en los desfiles, la izquierda tendría que aplaudirlo como un síntoma inesperado de lo mucho que hemos cambiado.
«El desfile, puff … qué coñazo». Se ha valorado la metedura de pata de Rajoy, su indiscreción, pero el verdadero valor de lo ocurrido es la evolución que expresa; el análisis comparativo entre el coño de 1981 y el coño del 2008. Coño y coñazo. Nada que ver.
Cambian los tiempos, evolucionan, pero el coño sigue simbolizando el poder. Como el coño del Constitucional, hace unos días. «Yo creo que me aplauden a mí», decía Carlos Dívar por lo bajini, modesto, mientras acariciaba con la yema de los dedos el collar de la alta magistratura como presidente del Constitucional. Y a su lado, otro magistrado, le señala el auditorio en pie, aplaudiéndole: «Ahora ya eres el jefe, coño». Y los dos acaban sonriendo, descoñados.
El coño, en fin, se multiplica todos los días e invade las calles y las instituciones. El coño como término redondo, absoluto, capaz de cambiar de género y hacerse de coña para desconcierto de las feministas de profesión. El coño como paradoja y como espejo de inutilidad de esas organizaciones feministas que han sido incapaces, este semana, estos años, de valorar la importancia de la palabra coño; su dominio apabullante en todas las conversaciones, en todas las capas sociales. Se ocupan de adulterar el lenguaje con palabras retorcidas, que ellas llaman de género, pero no han sabido valorar lo esencial, la universalidad del coño. Ellas, las de la paridad y las cuotas. Qué coñazo.
2 Comments:
Deberías haber utilizado esta foto par ilustrar el post.
Jaja terrible foto... por supuesto que me quedo con la imagen del post.
Prefiero los coños depilados... por encima del resto
Publicar un comentario
<< Home