Abusos
Dieron las seis, y, como cada tarde, se enfundó los culotes y unas zapatillas de deporte y se fue al polideportivo que tiene cerca de su casa, justo detrás del parque que atraviesa andando. Como el parque ha sigo testigo de casi toda su vida, de sus juegos de infancia, de sus secretos de adolescencia, de las pasiones juveniles y, ahora, de la nostalgia de padre adulto, cada flor, cada olor que arrastra el viento, acaba transportándolo a un episodio de su vida. Y ese pensamiento hondo, que se le clava dentro, le sirve después para sudar la camiseta y tener la mente ocupada en otra cosa que no sea la fatiga de sus músculos.
Justo aquella tarde en la que atravesaba el parque camino del gimnasio, recordaba una tarde de novillos adolescentes cuando le interrumpió a su izquierda el revuelo de un grupo de jovencitas que no llegaban a la mayoría de edad. Se quedó mirándolas, claro, aquella belleza juvenil, el desparpajo de ese torbellino desatado y ansioso, cuando, a su espalda, pudo oír la sirena de un coche de policía. Sin dejar de caminar, observó como una pareja de agentes se bajaba del coche y comenzaba a correr precipitadamente, con las porras agarradas con la mano derecha para evitar el cimbreo, pero envainadas. Se detuvieron cuando alcanzaron al grupo de jovencitas que parecía aguardarles. Charlaron en voz baja, un murmullo de cuchicheos y, de repente, los policías comenzaron a correr otra vez.
Decidió dejar de mirar atrás, porque oía detrás las pisadas de los policías, corriendo por el camino; porque mentiría si no confesara que se le pasó por la cabeza que iban a detenerlo. “¿Detenerme, y por qué? Vaya bobada” Pero los policías seguían avanzando. Decidió, por ello, pararse y echarse a un lado del camino. Se sintió angustiado y se lo reprochó: “No seas estúpido”, se dijo. Cuando los policías llegaron a su altura, se detuvieron. “¿La documentación? Pero, ¿qué he hecho? ¿Es una broma, verdad?” Notó cómo el corazón latía sin control. “Pues entonces tendrá que acompañarnos”, replicó el policía. Y ya no supo qué decir porque se quedó bloqueado, paralizado.
Caminaban en dirección a las jóvenes cuando, una de ellas, llamó de nuevo a los policías. Otra vez los cuchicheos. Lo miraban, lo señalaban con el dedo, y una joven negaba con la cabeza. “Mire, lo sentimos mucho, ha habido un error, buscamos a una persona, pero no es usted. Puede continuar”. Quiso sonreír, quitarle importancia, calmarse con alguna frase ingeniosa, pero sólo le salió un ridículo “buenas tardes, agentes”, con un hilillo fino de voz descompuesto.
No era él. Es verdad. Las jovencitas habían llamado desde sus móviles a la Policía porque un tipo se les había acercado con los pantalones por las rodillas, masturbándose. No era él, es verdad, ¿pero qué hubiera ocurrido si una sola de aquellas jovencitas lo hubiera afirmado? ¿Quién en la sociedad lo hubiera creído a él? Camino del gimnasio reparó en una obviedad que había olvidado: sólo la presunción de inocencia hace grande a un Estado de Derecho. “Antes un culpable en la calle que un inocente en la cárcel”, decimos. ¿Sigue valiendo esta máxima para los delitos de género? No supo contestarse porque aún le duraba la congoja.
3 Comments:
La inversión de la carga de la prueba también se aplica a los empresarios frente a sus empleados.
¿Y para éso sirve el teléfono móvil?.
¿Y el/la Jefe/a de Estudios del Centro?: seguramente el/la pobre estarán jartitos/as de llamar a los/as Padres y Madres.
¿No nos advirtieron a los Padres y Madres qué era para saber en dónde están nuestros hijos/as?.
Antes, para verle el culo a las muchachas había que apartarles las bragas...
Ahora, para verle las bragas a las muchachas hay que apartarles el culo...
perdone si recurro a este manido clásico de andamio...
pero es que la vida ha cambiado una barbaridad...
los códigos, las leyes, la Constitución, NO...
mi gioco una palla a que nadie entra en su blog con Windows 95... el ShinyStat lo confirma...
por cierto, ¿sabía que lo leen mucho en el Ministerio de Defensa?... usted sabrá...
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