Palabrería
Mientras el presidente Chaves convocaba a los líderes políticos andaluces para «un encuentro de información y trasvase recíproco de posiciones sobre el Estatuto», en la Bahía de Cádiz los trabajadores de Delphi, hartos de esperar, se encaramaron por primera vez al puente de Carranza para cortarlo. Si es significativa la coincidencia es sólo porque describe bien la artificialidad de la política autonómica, este mundo de virreinatos en el que la apariencia de poder se desmorona cada vez que se roza con un problema. El cierre de Delphi, por ejemplo, con el esperpento vivido por el viaje oficial que iba a realizar el consejero de Empleo a Estados Unidos y que se suspende porque allí no lo recibe nadie.
Al poder autonómico español debemos mirarlo siempre en los viajes al extranjero. Dentro de las regiones, los presidentes autonómicos se arropan con estatus de jefes de Estado por el servilismo clientelar de quienes alimentan, por el sectarismo descarnado que ejercen contra los discrepantes y por el formidable aparato de propaganda del que se hacen acompañar. Pero toda esa parafernalia, que aquí parece sólida y trascendental, se desmorona, desaparece, en cuanto se cruzan las fronteras. Un presidente autonómico fuera de sus fronteras palidece, ridículo, en su boato de asesores.
Nada hemos aprendido de aquella sentencia clásica contra el nacionalismo, eso que dijo Unamuno de que el nacionalismo es una enfermedad que se cura leyendo y viajando. Al paso de los años, las autonomías han calcado los esquemas de poder de los nacionalismos, alejándose así de su sentido primero, la ilusión una administración cercana y eficaz.
Nada hemos aprendido de aquella sentencia clásica contra el nacionalismo, eso que dijo Unamuno de que el nacionalismo es una enfermedad que se cura leyendo y viajando. Al paso de los años, las autonomías han calcado los esquemas de poder de los nacionalismos, alejándose así de su sentido primero, la ilusión una administración cercana y eficaz.
Es la distorsión entre la propaganda y la realidad la que hierve bajo la crisis de Delphi. Ya se ha dicho aquí que es verdad que la Junta no tiene la culpa del cierre de Delphi, ni de la deslocalización de empresas. La responsabilidad del Gobierno eterno del PSOE andaluz es carecer de proyectos, de haber alimentado desde hace treinta años la estafa de que en Andalucía se estaba construyendo la ‘California de Europa’ cuando, como vemos ahora, se marchan las multinacionales norteamericanas y arde el asfalto de este desierto industrial.
Los países desarrollados sólo tienen una salida frente a la deslocalización, ofrecer mano de obra cualificada y participar, con sus universidades y sus empresas, en el desarrollo de nuevas tecnologías. Si la única oferta sigue siendo la mano de obra, no hay salida porque las multinacionales se marcharán para instalarse donde los costes sean menores.
La pregunta, en fin, no es por qué se marcha Delphi, sino en qué ha cambiado el futuro económico de la Bahía de Cádiz gracias a la autonomía andaluza. Limitar el gobierno al reparto de subvenciones tiene este final de paternalismo frustrado. Por eso a Chaves, anoche en Jerez, le hablaban como a un patrón arruinado: «Manolo, y yo dónde carajo voy ahora. Dímelo y déjate de palabrería».
3 Comments:
Bravo Javier por la frase:
Los países desarrollados sólo tienen una salida frente a la deslocalización, ofrecer mano de obra cualificada y participar, con sus universidades y sus empresas, en el desarrollo de nuevas tecnologías.
¿Será posible que algún día se la aprendan esta gente que nos gobierna?.
¿Será posible que se la aprendan los trabajadores, sean de Delphi o no, algun día?.
¿Será posible que algún día comprendan el mal que han hecho y que hacen?
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