Necesidad
Juan Luis Muñoz abrió una noche de par en par las ventanas de su dormitorio y se volvió alarmado hacia su mujer. «Vámonos para el hospital, mujer, porque si yo no cojo aire en Tarifa es que estoy muy enfermo». Lo contaba hace unos años Juan Luis, Juan Luis de Tarifa, ingenioso, divertido y singular. Fue en una reunión de amigos, después de haber superado con éxito la delicada operación de corazón a la que tuvo que someterse para poder seguir respirando, a pleno pulmón, el levante de Tarifa.
La noche antes de entrar en el quirófano, Juan Luis le pidió a su compañero de habitación en el hospital que bajaran juntos a rezarle al Cristo de la capilla. Bajaron, con esas batas de la sanidad andaluza, arrastrando las zapatillas por el suelo del pasillo, con más miedo que confianza. «Nos sentamos en el primer banco. Al poco de estar mirando al crucificado en silencio, me puse en pie para hablarle: ‘Mira, Jesús –le dije– que he venido a pedirte un favor. Mañana me opero del corazón, y quiero que me ayudes. Ten en cuenta, Jesús, que el favor te lo estoy pidiendo a ti, no le digas nada a tu Padre. No es por nada, pero si a ti, que eres su hijo, no te echó cuenta ninguna cuando lo del Calvario, figúrate la cuenta que me puede echar a mí, que soy de Tarifa’». Juan Luis sólo le añade al relato que con aquella oración estuvo a punto de matar de un infarto al otro enfermo, del ataque de risa que le dio al verlo allí, de pie, con la bata verde que deja al aire más allá de la espalda, hablándole al Cristo de esa forma.
La capilla del hospital de Cádiz en el que se operó Juan Luis no habrá vivido más un episodio como aquel, y no sería de extrañar que, incluso, se haya convertido en una de esas leyendas que se cuentan de los lugares que visitamos. «Y fue aquí en esta capilla donde Juan Luis...», que le dirán a los enfermos cuando, también ellos, bajen a mirar a los ojos al Crucificado. Mirarlo a lo ojos, sí. Acaso porque esa mirada es lo único que queda cuando nada conocido ofrece consuelo o esperanza. De ahí, en fin, la necesidad de creer, siquiera porque cuando se abre la puerta del escepticismo, no hay nada a la vista. Ha ocurrido siempre. Por eso, tantos la han vuelto a cerrar.
En el ‘Libro del Desasosiego’, escribe Fernando Pessoa: «Pertenezco a una generación que heredó el descreimiento en la fe cristiana y que creó en sí un descreimiento en todas las otras fes. Nuestros padres tenían todavía el impulso creador, que transferían del cristianismo a otras formas de ilusión (...) Nosotros perdimos esa, y las demás también. Quedamos, pues, entregados a cada uno mismo, en la desolación de sentirse vivir. Sin ilusiones, vivimos apenas del sueño, que es la ilusión de quien no puede tener ilusiones». La necesidad, ya ven, es generar ilusión. Y nadie lo ha plasmado mejor que Juan Luis aquel día que estuvo en capilla.
Etiquetas: Andalucía, Cádiz, Semana Santa
1 Comments:
Formidable JUAN LUIS DE TARIFA. Es un genio.
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