El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

20 septiembre 2006

Rachid


Con las nieves de enero del 2004, la historia de Rachid recorrió España como un escalofrío de injusticia. Rachid se coló en España por la frontera de Melilla. Cuando la policía lo detuvo, no opuso resistencia; para él fue una liberación. «Mi padre me pegaba», dijo llorando cuando llegó al centro de acogida. Rachid tenía 17 años y, según contó, salió huyendo de Marruecos por miedo a que su padre lo matara de una paliza.

Pero si Rachid tuvo protagonismo entonces no fue por su triste historia, sino porque su ingreso en el centro de menores coincidía con la entrada en vigor unos meses antes (octubre de 2003) de una polémica orden del Fiscal General del Estado en la que se ordenaba a todas las fiscalías que promovieran la repatriación de los menores inmigrantes. Así que Rachid estuvo poco tiempo en el centro. «Dos policías me llevaron a la frontera y allí me dejaron con otros dos agentes marroquíes. Los policías marroquíes me pegaron en la cara y en el pecho. Después me dijeron que no querían volver a verme por aquí».

¿Tenía razón el Fiscal General del Estado? De acuerdo al Convenio Internacional de los Derechos del Niño, suscrito por España, lo que está claro, desde luego, es que una vez que un menor de otra nacionalidad llega al territorio español, el Estado contrae con ese niño las obligaciones de tutela de sus padres. Y tiene la obligación legal de educarlo, alimentarlo y atenderlo dignamente hasta la mayoría de edad. O hasta que sus padres sean localizados y sólo si pueden hacerse cargo de él.

Esa es la norma. Ocurre, sin embargo, que esa legislación internacional no se planteó previendo un fenómeno como el de la inmigración, en el que son los padres los que envían a sus hijos a España en la patera. Esa es la terrible encrucijada en la que estamos. La que no resolvemos. La que se agrava cada día que pasa.

El mismo mes de enero en el que apareció Rachid, el presidente Chaves se reunió con la ministra de Inmigración de Marruecos para oponerse a «retornos masivos o colectivos» de menores, y varios consejeros clamaban contra el Gobierno del PP al que culpaban incluso de la fuga de menores de los centros de acogida andaluces. «Estaban integrados, formando parte de proyectos educativos, y tenían la esperanza de un futuro mejor, pero ante el miedo a ser deportados por el Gobierno central se lanzan a la clandestinidad», decían.

De Rachid no volvió a saberse más. Poco después, se coló otra vez por Melilla y, en un poblado de chabolas, se construyó una covacha con tres palos y un trozo de plástico. Ahí se pierde su rastro, pero la historia, ya ven, sigue estancada. Sólo que con nombres cambiados. El lunes pasado, la consejera de Gobernación nos explicó la nueva política del PSOE, el nuevo discurso que, a su juicio, «está calando». «Consiste –dijo– en no hablar de inmigrantes, sino de niños, y no hablar de repatriación, sino de reagrupamiento familiar». Pues vale. ¿Dónde estará Rachid?

1 Comments:

At 20 septiembre, 2006 15:04, Anonymous Anónimo said...

¿Es un niño un joven de 17 años y 8 meses, o de 18 a. y 9 meses pero que por una deficente calcificación ósea, da en las radiografías algo menos edad de la real? ¿Es la prueba radiográfica una prueba científica con rigor suficiente para calibrar exactamente, sin error, si hay diferencia entre la edad cronológica y la edad ósea?

A esas edades hay en determinadas autonomías de Expaña -y debería haberlo en otras- muchachos que se ganan un sustento honrado. ¿Quién se atrevería a hablar de "explotación infantil", infantil, je, je.?

A Rachid y a algunos de sus amiguitos, hombres hechos y derechos para tantas cosas, les ampara la Declaración Universal de Derechos Humanos, una dudosa Ley del Menor y sobre todo el garantismo servil de una pretendida izquierda que en tantas otras circunstancias de igual o superior calado, mira al techo y silba.

 

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